lunes, 30 de marzo de 2009

¿ Qué no puedes levantarte?.

Escuché en una canción de La Oreja de Van Gogh algo que procuro tener siempre bien presente: " caer está permitido, levantarse...es una obligación". Este video tiene como protagonista a alguien vital y feliz que, a pesar de todo, consigue levantarse. Gentileza de Reyes.

viernes, 27 de marzo de 2009

Si algo te ha gustado, ¡ Cuéntalo !




Si algo ha conseguido sorprenderte, un libro,una pelicula, una pintura,un lugar, un pueblo ...

¡¡¡ Cuentánoslo¡¡¡.

Atrevéte a insertar en" comentario" tu recomendación y tu impresión.

Piensa que todo aquello que tienes la suerte de experimentar,

la mejor manera de agradecerlo es compartirlo con los demás.

Aqui tienes un espacio a tu disposición. Aprovechalo.

Desvirtuando la Semana Santa


Somos de lo que no hay. Y los primeros, los propios cristianos, que viendo como vemos que nos tocan los cimientos, somos incapaces de reaccionar ante aquello que desvirtúa en lo que creemos.
Asisto curiosa al debate de las cofradías que no dejan en sus filas agregarse a las mujeres sin encontrarle demasiado sentido ni a unos ni a otras. Reconozco que, entiendo menos a los unos que a las otras pero, en definitiva, ambos me terminan desconcertando porque, en el fondo, están cortados por un patronaje dónde menos “ lo espiritual”, aflora casi todo; desde el machismo más caduco hasta el feminismo por narices, y eso, tratándose de lo cristiano, no es tema baladí, porque de sobra es sabido que en las cofradías mixtas, formadas indistintamente por hombres y mujeres sin ninguna prohibición, abundan quienes mudan a Dios de su vida durante todo el año menos en Semana Santa, unos días dónde, sorprendentemente sienten la llamada y no pueden por menos que ponerse el capirote y el traje de cofrade para salir en procesión. Acabados los rigores de la semana pascual, cada mochuelo a su olivo guardando su traje y su fe en el mismo armario con naftalina para que no se apolille.
Parece ser que la cosa en muchos de esos cofrades a quienes se les puede escuchar decir con orgullo que pertenecen a una cofradía, tiene que ver más con la tradición que con lo espiritual y lo cristiano, e incluso apurando más, con tradiciones familiares; abuelo cofrade, hijo cofrade y nieto cofrade y así hasta le infinito y más allá, pero claro, como estamos fomentando la igualdad de sexos, antes a las niñas, junto con las mamás y las abuelas, se las vestía de “ manolas”, ahora quieren ser cofrades y vestirse con el mismo traje que su padre y su hermano, cosa natural y lógica porque al fin y al cabo, para Dios todos somos iguales.
Pero he aquí dónde empieza el diablo a hacer su aquel trasteando y abanderándose como siempre en la necedad humana y su nulo sentido común y práctico.
A algunas mujeres, basta que algo se nos diga que lo podemos hacer sin limitaciones ni obstáculos para que no lo hagamos ni caso. La cosa es al revés, cuándo, efectivamente, se nos dice: “ tú, aquí, no puedes.” Lo convertimos en todo un desafío. Es penoso que yo, como mujer, lo tenga que reconocer.
Pero lo de los hombres, no es mejor. A algunos hombres, basta que algo de lo que hacen se les diga que también lo puede hacer una mujer y además igual de bien, para que en los dedos se les antojen huéspedes y sientan la amenaza de sentirse desplazados.
Cuándo se trata de religión, y sobre todo de fe, hay sentimientos y actitudes que nacen en el corazón humano elevándose después a un plano espiritual dónde hay una comunicación estrecha entre Dios y la persona, sin más alharacas ni distinciones de sexo, por tanto cualquier necesidad de manifestarlo debe gozar de libertad siempre que se mantenga los principios elementales cristianos y por supuesto, humanos. Dios no establece, o al menos yo no tengo conocimiento como cristiana, de que por ser mujer no pueda cumplir ciertos preceptos, rendirle culto, celebrar tiempos litúrgicos o hacer determinadas penitencias. Por tanto cualquier apropiamiento exclusivo, en este caso varonil, no sólo carece de sentido sino que además no es cristiano.
Ahora bien, tampoco se trata de hacer una masa amorfa con ingredientes tales como “ tradición”, “ derechos”, “ igualdad”, “ religión”, en nombre de la Semana Santa, porque el riesgo de desvirtuarla es grande.
Las mujeres tampoco debemos caer en la frivolidad de creer que todas las puertas deben sernos abiertas por derecho y en nombre de la igualdad. Se nos deben abrir si afloran las sanas inquietudes sin más, con la naturalidad propia de aquello que nos llama y sentimos que queremos hacerlo. Sólo entonces deberemos empujar con más vehemencia la puerta si se nos resiste, pero no como una batalla más que entablar dónde ganar sea lo importante y no la causa.
Así pues, dejemos la tradición como excusa, los machismos y los feminismos, y planteemos la verdadera implicación que debe asumir un cofrade en tiempo de Semana Santa conforme a su fé al margen de que sea un hombre o una mujer, algo que no está ni mucho menos claro en estos tiempos dónde la Semana Santa, es más una exaltación de lo artístico y de la tradición que de la fe, dónde una procesión es “ un bien de interés turístico” para llenar hoteles más que una manifestación pura y estrictamente cristiana. Y de esto, no tienen la culpa los políticos, mal que sea tentador y lo más fácil a la hora de buscar culpables, la tenemos los propios cristianos que, al igual que los judíos hicieron en aquella ocasión que se celebraba la Pascua y alrededor del templo se instalaron mercaderes, enfadándose Jesús y diciendo aquello de: “Quitad esto de aquí: no hagáis de la casa de mi Padre un mercado”, dejamos que con nuestra fe y nuestros rituales cristianos, comercien y politicen sin decir ni hacer absolutamente nada.
Por tanto, menos vetos y excusas en nombre de la tradición y más honestidad cristiana por parte de los cofrades. El hábito, como bien se dice, no hace al monje ni a la monja, lo hace su modo de vivir la fe.
Si al menos en esto, recapacitamos, algo estaremos haciendo los cristianos, los únicos que tenemos potestad en esto en beneficio del auténtico sentido de la Semana Santa.

Pilar Martinez Fernandez.

martes, 24 de marzo de 2009

Edades dificiles


Cuántas veces no habremos dicho que la edad no importa con la lozanía que suele otorgar el goce y el disfrute de la vida, sin pensar que, en realidad, la edad suele importar más de lo que parece, no sólo porque las facultades van mermando, sino porque la propia sociedad y sus varas de medir también establecen sus rigores convirtiendo esa natural acumulación de años vívidos en verdaderos handycaps para la propia persona cuándo se ve abocada a situaciones difíciles en las que debe comenzar de nuevo para continuar con su vida.
Por mucho que se nos venda en tarros cremas milagrosas anti edad, lo cierto es que la edad sí importa. Y, mucho. Más de lo que, banalmente, nos intenta vender, muy al contrario, esa publicidad sensacionalista de elixires de eterna piel de juventud. De poco sirve una piel con aspecto joven mientras nuestro DNI dice la edad que tenemos y nos vemos ante una pared vertical difícil de superar, un situación en la cual, precisamente, se están viendo muchas personas de este país en estos tiempos de crisis.
Se dice que casi todo es cíclico. La vida, el sistema, la sociedad, la economía, los trabajos...Es cierto. Casi nada es perenne, por tanto somos proclives, en función de la bonanza o la dificultad de la etapa que nos toca vivir, a estar en posiciones álgidas y acomodadas como a estar en posición de caída o a ras del suelo. Y, no es menos cierto que, ante una caída, la obligación de levantarse para continuar es menos costosa cuántos menos años se acumulan a nuestras espaldas. Ya la propia naturaleza humana demuestra que un niño de tierna edad se cae y enseguida se levanta casi sin rasguño, mientras que un adulto cuándo cae, qué voy a contarles, con suerte no nos partimos la crisma amén del bochorno y el trabajo que nos lleva levantarnos. Así pues y vistas así las cosas, no es extraño que en tiempos difíciles como los que estamos viviendo actualmente con esta recalcitrante crisis económica, aquellas personas en edades a medio camino entre esa deseable consolidación de su experiencia profesional y la jubilación, hoy tengan verdaderos problemas para levantar sus alas del suelo al que les han arrojado los múltiples despidos a los que estamos asistiendo un día sí y otro también.
Muchas personas, hombres y mujeres profesionales con largos años de experiencia en su curriculum, se están viendo en las listas del paro con edades difíciles para obtener nuevas oportunidades de empleo. Personas de 50, 55, 58 años...cuyo perfil laboral no es el deseado para las también limitadas ofertas de empleo de las empresas que afortunadamente se mantienen a flote.
Esto sin duda invita a la reflexión, o por lo menos a un punto de inflexión para esta sociedad de constantes varas de medida y a menudo poco pragmática y muy contradictoria porque, pensemos por un momento. ¿ Cómo es posible que a un muchacho o muchacha de veintipocos años se le pida experiencia como requisito casi imprescindible para ocupar un puesto de trabajo y a un hombre o mujer de 50 años, cuya experiencia laboral es su mejor baluarte, se le limite el acceso a esos puestos de trabajo por el hecho de tener la edad que tiene?.
Si se quiere para un puesto a alguien joven, lo más natural es que se le ofrezca formación para desempeñar su trabajo más que experiencia propiamente dicha porque lo más probable es que, o no la tenga, o la tenga escasa. Si por el contrario se valora la experiencia, lo más natural es que se le de la oportunidad a alguien con madurez laboral para asumir y realizar la actividad propia de la empresa porque seguramente habrá acumulado profesionalidad y conocimientos a lo largo de su vida laboral. Sin embargo, no funcionan así las cosas. Las empresas, algunas más preocupadas de pillar subvenciones que de crear empleos estables, contratan solamente a gente joven sin sopesar otras alternativas que no sólo contribuirían a crear empleo, sino también a ofrecer calidad y mantener la cualificación y especialización, un valor a la baja que también va pasándonos factura.
Son tiempos difíciles para equilibrar balanzas, es cierto. Tanto necesitan oportunidades los jóvenes para abrirse camino laboralmente, como lo necesitan aquellos que aún les queda un trecho para la jubilación, y por supuesto, no se trata de quitar a unos para poner a otros ni engolosinar a los empresarios con subvenciones para que contraten a unos y no a otros. Lo deseable es que no existan edades difíciles para encontrar nuevas oportunidades de trabajo, ni tampoco edades deseables para aprovecharse de la juventud con contratos y salarios precarios, sino voluntad de trabajar y de contratar por ambas partes, trabajadores y empresarios, en beneficio de la estabilidad y cualificación profesional y laboral.
Quizá suene utópico, o tal vez no tanto, al fin y al cabo ambas partes se necesitan, pero lo que sí es una realidad lamentable, es que muchos hombres y mujeres en estos momentos sienten como una losa sus años, mientras que su experiencia se convierte en meros renglones en un curriculum que apenas pesa para las empresas.
Leía el otro día una oferta de empleo que decía así: se precisa chica de 21 o 22 años para dependienta en establecimiento de venta de frutos secos y gominolas. No se precisa experiencia.
Me pregunté al terminar de leerlo si, realmente, para vender gominolas y frutos secos, era tan importante tener 21 o 22 años. ¿ Un hombre o mujer de 50 años no puede igualmente hacerlo?. La respuesta es evidente. Claro que sí, pero está claro que no es esa es la cuestión a tener en cuenta, sino el hecho de que, a una muchacha de 21 años y sin experiencia se le puede hacer un contrato temporal dónde se le exija trabajar horario comercial por un salario base al que se le prorratean las vacaciones y las pagas extras y que lo aceptará porque eso es mejor que no hacer nada o quedarse en casa y al menos ganará para costearse sus caprichos y salidas de fines de semana.
Así funciona el sistema. Sale más barato contratar a una chica de 21 años, con contratos precarios y sueldos igualmente precarios que a un hombre o mujer de 50 años con toda una trayectoria profesional sobre sus espaldas.
Pues, señores míos, en mi opinión es por dónde debemos comenzar a cambiar las cosas. No abaratando las cosas con contratos basura para aprovechar la juventud de unos en detrimento del derecho a tener un puesto de trabajo digno hasta alcanzar la jubilación, sea cual sea la edad y la etapa de la vida que toque vivir.
Conclusión. En mi opinión, no hay edad difícil para vender gominolas y frutos secos, tampoco para otros trabajos. Pero he ahí un ejemplo de lo difícil y lo triste de nuestro actual ámbito laboral: hasta para vender gominolas y frutos secos, pesan más los años que la voluntad de trabajar y la experiencia. Ya me dirán pues, para que sirve tener la piel tratada contra el envejecimiento. Ni para vender chucherías, ¡ Qué cosas¡.
Pilar Martinez Fernandez.

lunes, 23 de marzo de 2009

Armonía y yo




A mi amiga Armonía y a mí, la vida nos ha unido a través de nuestros respectivos hijos y juntas viajamos y disfrutamos de cuánto Dios nos pone a nuestro alcance. Y no se puede decir que no nos divirtamos...


En esta foto, estamos en Carrión de los Condes. Después de tres intentos para hacernos la fotografía con el autodisparador, después de tratar entre las dos de averiguar cómo hacerlo funcionar en la cámara, y después de tratar de dar con un buen encuadre, este fue el resultado. Somos así, tal cúal se nos ve...porque no nos daba tiempo a prepararnos demasiado ni a decir " patata" para salir más favorecidas. Somos, eso sí, el reflejo e imagen de un momento en el que nos reímos de nosotras mismas además de ser motivo de risa para quienes fueron testigos a nuestro alrededor de nuestras " pequeñas dificultades" para conseguir hacernos la foto.


En el camino de Santiago











En Villalcazar de Sirga, un lugar en plena Tierra de Campos Palentina dónde El Camino de Santiago invita al peregrino a descansar y a reponer fuerzas con viandas y buen vino...



Mi amiga Armonía y yo nos sentamos al lado de este " paisano" peregrino para acompañarle en su yantar pero, a parte de dejarse fotografiar...ni gota de vino en el jarrillo...


En Boadilla del Camino, en cambio, el albergue de peregrinos que hay junto a la iglesia, es hospitalidad y sosiego. Prueba de ello, las dos singulares esculturas homenaje al peregrino en busca de un lugar dónde descansar y cobijarse y el hermoso jardín.
















miércoles, 11 de marzo de 2009

viernes, 6 de marzo de 2009

Dura la vida del currante...

Un video que ha mandado Eva, muy curranta ella, cómo no, precisamente un viernes. Ay pingüina, pingüina...pero tranquila, creo que como tú somos todos los que nos toca ganarnos las habichuelas o ¿ no? blogueros....???????

jueves, 5 de marzo de 2009

Soy


Para quienes se buscan.
Para quienes desean encontrarse.
Para quienes ya han descubierto
lo que son y se aceptan...
Para tí que eres, simplemente: Tú.

Soy
Soy, a ratos, tan díficil.
Soy, a ratos, sin ser lo que quiero
Anhelo aquello que no soy
Y, sin embargo...
soy tanto sin saber lo que soy.
Ser gota en un océano,
en un río,
en un charco es...tal vez,
empequeñecerse, ser uno más.
No. No es eso lo que quiero.
Ser gota en un vaso de agua.
En el sorbo que calma la sed es...tal vez,
acercarse al deseo de conocerse,
de encontrarse, de reconocerse
Sí. Eso, sí lo quiero.
Puedo ser una lágrima.
Una gota salada rodando por la mejilla,
hasta la comisura de mi boca entreabierta.
Estaré llorando, entonces.
Pero seré, por fín Yo, fluyendo...
Podemos ser, pues, gotas saladas
en el inmenso océano del pensamiento,
y no conocernos,
no saborearnos,
no querernos.
Podemos ser, pues,
gotas anhelantes en el caudal de nuestro río,
y no conocernos,
no saborearnos,
no querernos.
Podemos ser gotas de lluvia caídas,
precipitadas desde el cielo hasta la tierra
y no conocernos,
no saborearnos,
no querernos.
Podemos ser gotas de un pequeño sorbo,
salado, dulce o amargo en nuestra boca,
y, sin embargo, recocernos,
y saborearnos,
y querernos.
Entonces,
¿ Que soy?,
¿ Quién soy?,
¿ Como soy?
¿ Para qué soy?
Ser, sin más es...
beberse a sorbos.
Reconocer nuestro sabor
degustarnos hasta cogernos gusto.
Y, por fín, querernos.
Pilar Martinez

martes, 3 de marzo de 2009

La carreta vacía


Una pequeña anécdota que hoy he vuelto a recordar. La leí en un libro hace tiempo pero no ha perdido su vigencia por el valor que trasmite: la humildad.
La carreta vacía
Caminaba con mi padre cuando él se detuvo en una curva y después de un pequeño silencio me preguntó:
Además del cantar de los pájaros, ¿escuchas alguna cosa más?
Agudicé mis oídos y algunos segundos después le respondí:
Estoy escuchando el ruido de una carreta.Eso es… dijo mi padre. Es una carreta vacía.
Pregunté a mi padre:
¿Cómo sabes que es una carreta vacía, si aún no la vemos?
Entonces mi padre respondió:
Es muy fácil saber cuándo una carreta está vacía, por causa del ruido. Cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace.
Me convertí en adulto y hasta hoy cuando veo a una persona hablando demasiado, interrumpiendo la conversación de todos, siendo inoportuna o violenta, presumiendo de lo que tiene, sintiéndose prepotente y haciendo de menos a la gente, tengo la impresión de oír la voz de mi padre diciendo:
“Cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace”
La humildad consiste en callar nuestras virtudes y permitirle a los demás descubrirlas. Y recuerda que existen personas tan pobres que lo único que tienen es dinero.
Y que nadie está más vacío que aquel que solamente está lleno de sí mismo.
Autor: Desconocido

lunes, 2 de marzo de 2009

Un gran gesto de amor

Quiero que veais este video que me ha envíado Reyes. Salió hace tiempo en televisión pero creo que hay cosas que merece la pena recordar por su ternura, su conciencia y sensibilidad.

Un minuto solamente


Articulo publicado en Iglesia en Almodóvar Nº 218
Un alegato a ese entorno que, a menudo, no vemos y que tan sólo precisa un minuto de nuestro tiempo para que cambie un poco la perspectiva.
He de decir que, este articulo, no hubiera sido quizá escrito en su contenido con la esencia que pretendo dejar al trásluz sin la colaboración espontánea de dos personas que, sin ser tal vez ese su propósito, contribuyeron a nutrir el mensaje de este articulo. Agradezco, pues, a Victor y a Reyes sus e mails, porque lo dicho, sin ellos...estas líneas no hubieran existido. Me dedicaron un minuto y...este fue el resultado. Espero que os guste.
Un minuto solamente
Un rato antes de escribir estas líneas, recibí en mi correo electrónico dos mensajes que resultaron ser bastante recurrentes para mis propósitos. Puede parecer en un principio que no tienen nada que ver el uno con el otro, pero si leen hasta el final, encontrarán el nexo común e incluso algo más.
El primer mensaje que recibí y llamó mi atención, contenía un archivo titulado “ Un minuto”. En él había imágenes y frases cuidadosamente sincronizadas con un mensaje implícito que decía lo siguiente: “ Dicen que se precisa un minuto solamente para percibir una persona en particular. Una hora para valorizarla. Un día para apreciarla y amarla pero...una vida entera para olvidarla.”
El segundo mensaje contenía igualmente otro archivo titulado“ Virtual” en el que alguien, conmovido quizá por la singular experiencia, contaba una anécdota en primera persona. Decía así:
“ ¿ Qué es virtual?. Bien.
Cierto día, entré con mucho apetito a un restaurante. Escogí una mesa alejada del bullicio porque quería aprovechar los pocos minutos que tenía ese día para comer y concretar algunas ideas de trabajo a la vez que planear mis vacaciones, pues hacía tiempo que no las tenía.
Pedí al camarero un filete con buena guarnición y una ensalada. Luego abrí mi ordenador portátil y me dispuse a trabajar en él cuándo, de repente, una vocecita habló detrás de mí.
- Señor ¿ me da unas monedas?.
- No tengo, pequeño.
- Sólo una monedita para comprar un pan.
- Está bien, yo te compro uno.
Y volví la vista a mi ordenador para mirar mi correo electrónico que, por cierto, tenía lleno de e mails. Quedé distraído leyendo poesias, viendo bonitas imágenes, lindos mensajes, riendo con algunas bromas...
- Señor, pida que le pongan al pan mantequilla y queso tambien...
En ese momento, caí en la cuenta de que aquel niño seguía a mi lado.
- Bien, pero luego me dejas trabajar, estoy muy ocupado ¿ De acuerdo?
Llegó el camarero con mi comida al tiempo que me preguntó si quería que echara al niño.
- Déjelo que se quede. Traiga el pan y algo de comer para él.
El niño se sentó frente a mí y preguntó:
- Señor, ¿ Qué está haciendo?
- Estoy leyendo e mails...
- Y, ¿ Qué son e mails?
- Son como cartas. Mensajes enviados a personas por internet.
- Y, ¿ Usted tiene internet?
- Si, claro. Es esencial en el mundo actual.
- Y, ¿ Qué es internet?
- Es un lugar en el ordenador dónde podemos ver y oir muchas cosas. Noticias, música, conocer personas, escribir, leer, soñar, trabajar, aprender...Tiene todo pero en un mundo virtual.
- Y, ¿ Qué es virtual?
Intenté darle una explicación simple a sabiendas de que no iba a comprenderlo y al mismo tiempo para que me dejara finalmente comer tranquilo.
- Virtual es un lugar que imaginamos, algo que no podemos tocar pero en el que creamos un montón de cosas que nos gustaría hacer.
- ¡ Qué bien¡...¡ Me gusta¡.
- Pequeño, ¿ entendiste lo que es “ virtual”?
- Sí señor. Yo también vivo en ese mundo virtual.
- Ah, pero ¿ Tú tienes ordenador?
- No, pero mi mundo también es de ese estilo. Virtual. Mi madre pasa todo el día fuera, casi no la veo. Yo cuido de mi hermano que llora todo el tiempo de hambre. Le doy agua para que piense que es sopa. Mi padre hace tiempo que está en la cárcel y yo siempre imagino que toda la familia está junta en casa, que hay mucha comida y que voy a la escuela para ser un gran médico algún día. Esto ¿ No es virtual, señor?.
Cerré mi ordenador y miré al niño enternecido. Dejé que comiera su comida del plato, pagué la cuenta y le di el cambio.
El niño me dedicó la más bella y sincera sonrisa que había recibido en mucho tiempo. Finalmente me dijo:
- Gracias, señor. Usted es un maestro.
En ese momento, tuve la mayor prueba de virtualismo insensato que vivimos todos los días. Una cruel realidad rodeada de verdad y que a menudo ni percibimos.
Cuándo terminé de leer esta anécdota, recordé que hacía unos pocos días había estado observando mientras esperaba a ser atendida en un Centro de Salud, la abnegada tarea de dos personas voluntarias de “ Aldeas infantiles” tratando de pedir donativos y apadrinamientos para los niños de esa ONG a cuántas personas salían por la puerta del lugar. El requerimiento era sencillo: - Disculpe, ¿ Tiene un minuto?.
En el tiempo que duró mi observación, más o menos media hora, nadie atendió el requerimiento de esos voluntarios. Quién no les esquivaba por algún flanco, les hacía algún aspaviento con las manos para no ser abordados, pero sin duda, lo que más escuché fue:- “ No tengo tiempo, lo siento”.
Tiempo. Qué bien tan preciado pero que mal acostumbramos a administrarlo.
Tan sólo se precisa a veces un minuto para hacer algo pequeño pero grande al mismo tiempo. Tan sólo se precisa un minuto para, como dice el primer mensaje, conocer una persona que habrá de enseñarnos algo o revelarnos algún ejemplo de vida, o tal vez para quererla para siempre. Sin embargo,¿ Cuántas veces no damos ni un minuto de nuestro tiempo porque tenemos prisa y tenemos nuestros propios problemas?; problemas que tal vez no sean tales, sino simplemente fruto del agobio y la ansiedad a la que nos sometemos por abarcar más de lo que podemos mientras que otros sí tienen problemas verdaderamente importantes y serios. Pero, así vamos por la vida. Angustiados por lo que no tenemos o no conseguimos. Consumiendo minutos en nosotros mismos creyendo que aprovechamos mejor el tiempo pero enajenados de la realidad que nos inunda y sin ser conscientes de que pueden necesitarnos mucho más de lo que creemos nuestra familia, nuestros amigos, vecinos o personas completamente desconocidas.
De nada sirven esos mensajes que nos enviamos unos a otros en nuestro correo electrónico, ni todo ese mundo virtual en el que encontramos tantas cosas si no dedicamos tan sólo un minuto al mundo real y cuánto bueno y menos bueno hay en él.
Quizá usted, atento lector, haya consumido en leer estas líneas tres o cinco minutos, y yo se lo agradezco sinceramente, pero lo realmente importante es lo que haga cuándo las termine de leer.
Dedique, si me permite el consejo, un minuto, un minuto solamente a mirar a su alrededor. A partir de ahí, lo que decida hacer después y lo que resulte, es cosa suya.
Pilar Martínez Fernández