domingo, 28 de febrero de 2010

Haz lo que debas


En esta ocasión, un articulo publicado en la revista Iglesia en Almodovar nº 230 y en su página web http://www.iglesia.almodovardelcampo.org/
Son 30 artículos de colaboración con esta revista manchega gracias a la confianza siempre in crescendo de D. Tomás.
Tan sólo comentar que, hacer lo que se debe, es extrapolable a cuanto acontece a nuestro alrededor bien sean animales, un árbol, una flor, un vecino, familia o amigos.
Hago este inciso especialmente porque, a menudo y en lo que concierne a nuestro entorno, hacer lo que se debe no es lo mismo que una obligación, es un acto que siendo voluntario, tiene el carácter de un deber " moral" que lleva consigo dar de nosotros mismos algo que otro " algo" u otro ser necesita para estar o sentirse mejor. No es una obligación pero si es moral y humanamente necesario sentir que debemos dejar a un lado nuestras propias desidias y enfocar la mirada hacía aquello que tenemos al lado silenciosamente pero que nos pide atención. Sentirse útiles para los demás, suele ser una buena terapía para sentirse mejor con uno mismo. Y, no siempre lo que se hace, debe llevar implicito una recompensa, un agradecimiento o un reconocimiento. Hay cosas que deben hacerse sin más. Una vez más, mi reflexión.......
Haz lo que debas

Siempre me resulta curioso que, ante una tragedia de proporciones grandes en algún lugar del mundo, enseguida se reaccione con el envío de ayuda humanitaria. Es en estas ocasiones cuándo pienso que el mundo aún tiene el corazón sano de humanidad. Con el lamentable terremoto en Haiti ha ocurrido nuevamente. Enseguida se han puesto en marcha los motores solidarios y quién más y quién menos ha intentado dar un poco de sí mismo para ayudar a un país a levantarse de nuevo tras la tremenda caída a la que se ha visto sometido después de que la tierra temblara bajo sus pies.
Desgraciadamente, también suele ocurrir que grupúsculos de personas se aprovechen del buen corazón de los demás para quedarse con carne entre las uñas, algo que provoca desconfianzas y dudas sobre el destino final de las ayudas.
Personalmente, y no me considero más solidaria ni mejor persona por ello, no me rijo por la desconfianza cuando me decido a dar ayuda para causas humanitarias. Me guío más por mi conciencia que por las suspicacias que puedan suscitarse por malas manos receptoras de la ayuda. Cierto que me gustaría, más por la satisfacción que por la curiosidad en sí misma, tener la certeza de que mi contribución sirve a buenos fines, sin embargo, me quedo con la sensación de haber hecho cuanto ha estado en mi mano.
Me contaba no hace mucho una persona que, en cierta ocasión, en la puerta de un supermercado, una mujer bastante demacrada le pidió una ayuda.
- Me puede dar algo, le dijo.
- ¿ Qué necesitas?, le preguntó al tiempo que observaba su aspecto.
La mujer contestó:
- Lo que pueda darme.
Esta persona, ni corta ni perezosa, la cogió del brazo y entró con ella en el supermercado. Cogió una cesta y empezó a meter en ella diferentes alimentos; leche, huevos, cacao, galletas, legumbres, aceite...
Al llegar a la caja, pagó todo, lo metió todo en varias bolsas y se las puso en las manos a la mujer.
- Toma, esto es lo que puedo darte.
Y la mujer, con la mirada triste pero al tiempo agradecida, le dijo:
- Muchas gracias...Dios se lo pague.
Y salieron del supermercado para luego seguir cada uno su camino
Pero como siempre hay alguien que observa, después de dejar a la mujer marchar con sus bolsas llenas de comida, otra mujer se acercó y dijo:
- Esas no quieren comida. Te lo digo yo. Quieren dinero. Verás como tira las bolsas en algún contenedor de basura...
La respuesta de esta persona fue contundente.
- En cualquier caso, ese ya no será mi problema. Yo he hecho lo que, en conciencia, he creído que tenía que hacer.
Efectivamente. Esa es la acción, y, por supuesto, la reacción cuando se apela a nuestra ayuda. Actuar en conciencia, simplemente. Cómo y de qué manera empleen nuestra ayuda, habrá de quedar en la conciencia de quien la recibe. Cabe esperar que sea utilizada con la misma calidez que ha sido entregada pero, de cualquier forma es algo que escapa a nuestro control y voluntad y en ningún caso debe contribuir a menoscabo de nuestro generoso acto.
En realidad, la solidaridad, la generosidad, la caridad, en definitiva, todo aquello que le nace al ser humano ante la necesidad de otro, es una cuestión de equilibrio e incluso de agradecimiento.
Quién más y quién menos, en algún momento puntual de nuestra vida, hemos podido o podemos necesitar la ayuda de otros. No siempre se precisa ayuda económica. Hay muchas clases de ayudas, tantas como clases de necesidades, sin embargo, cuando se recibe ayuda, sea de la índole que sea, en cierto manera se hace a modo de depósito: Hoy la recibes tú, pero mañana posiblemente la necesite otro, y será tiempo de que tú, a su vez, la entregues para que se beneficie ese otro.
Esto lo comprendió bien un hombre mayor de unos 80 años de quién cuentan que, al tiempo que trabajaba en su jardín plantando un melocotonero, un vecino le dijo:
- Supongo que, a tu edad, no esperarás ya disfrutar mucho del melocotonero, ¿ no?.
El hombre le respondió mientras se apoyaba en su pala:
- No, con mi edad sé que no, pero he gozado comiendo melocotones toda mi vida y nunca de un árbol plantado por mí. No hubiese podido comer melocotones si otros no hubiesen hecho lo que yo estoy haciendo ahora. Estoy tratando, simplemente, de continuar la labor que otros hicieron antes para mí.
En este mundo, no caminamos solos y muchos son los actos que mueven y hacen girar también al mundo. La caridad, la solidaridad, la entrega personal en beneficio de otros, el sentido de la justicia, la generosidad, el altruismo...son actos que equilibran. Por tanto, haz lo que debas con tu conciencia y con tu agradecimiento, el resto, déjalo en manos de Dios. Él sabrá a quién debe pedir plantar melocotoneros y a quién debe dejar que coma los melocotones.

Pilar Martinez Fernández.



martes, 23 de febrero de 2010

Tiempos dificiles


Hay momentos en la vida que se tornan complicados, difíciles, como si se estuviera dentro de una tormenta y el zarandeo de la fuerza de las inclemencias nos desequilibrara constantemente.
Es en esos momentos donde te preguntas continuamente si no mereces una vida mejor, más tranquila, pero sobre todo más feliz. Y piensas, con gran desilusión que, la felicidad no existe realmente, que a lo sumo la tocas temporalmente para luego retornar al camino de los quebrantos, de los problemas, de aquello que siempre nos llega a destiempo a nuestro juicio y que nos hace sufrir una y otra vez eso que hacemos llamar " desencanto".
Los tiempos dificiles, son como el viento. Van, vienen, algunas veces insinuándose con pequeñas brisas, otras con verdaderos vendavales, y en el peor de los casos, para arrasar y destruir.
Pero a veces, tambien se piensa que nada más hay detrás de esa destrucción que provoca un mal viento. Cuándo algo malo nos sucede, algo que nos destroza por completo por dentro, pensamos que es más de lo que podemos soportar, y nos lamentamos, nos acongojamos, lloramos...incapaces de ver más allá de ese terrible muro que se nos pone delante.
Alguien me dijo una vez que la mayoría de las veces, vemos los problemas a la altura misma nuestra, de tal manera que nos limitamos la mirada hacia el horizonte, ese que se alza por encima de nuestra cabeza en los momentos dificiles.
Ese alguien, tambien me dijo que, ante la dificultad, ante el problema, la única manera de superarlo era trascender más allá de nuestra miras. Y ¿ Cómo hacer eso?, le pregunté yo. Simple. Alzando la mirada para dejar abajo el problema y poder ver la solución y la superación en el horizonte, todo ese camino que aún nos queda por delante.
Sin embargo, es tan dificil no sucumbir al desanimo cuando somos " hombres con problemas" ...
Un mal día, dicen que lo tiene cualquiera, la cuestión es cuando ese " cualquiera" somos nosotros y te suceden cosas que te aplastan momentaneamente como si fueras una calcamonia. Escuchas cuanto te dicen de positivo pero en tu interior te quema la situación por lo injusta que te parece.
Personalmente, me rijo mucho por el sentido de la justicia. Intento siempre equilibrar la balanza hacia ese punto donde, aunque yo pierda parte de peso, otorgue ecuanimidad allí donde se precise. Me hace sentir mejor esa forma de plantear las cosas, sin embargo, no siempre me hace sentir bien la balanza de la justicia cuando toca a otros equilibrar los platillos.
Hoy, me ha sucedido una cosa que ahora sé no tiene tanta importancia como yo se la he dado en su momento. Sin embargo, sigo albergando la amarga sensación de que el sentido de la justicia no ha estado a mi favor, y es en estas ocasiones donde pienso que hay personas, que por vivir tiempos dificiles, son más proclives a encontrarse con injusticias y a toparse con situaciones que acrecentan aún más su mala racha.
Pero he decidido alzar la cabeza por encima de mis problemas. Quizá me siga dando collejas la vida, a saber porqué razón, pero simularé que tengo una puerta abierta delante y más allá el horizonte, y que solo tengo que ir hacía esa puerta, atravesarla y seguir hasta donde me lleven mis pasos.
No quiero pensar que unicamente vivo tiempos dificiles. Quiero pensar que pese a las dificultades de este momento, las satisfacciones también habrán de llegar más tarde o más temprano.
Pienso esto al tiempo que pienso en mucha otra gente que, por ser, y perdón por la redundancia, " tiempos dificiles", están sufriendo por cuestiones muy duras. Falta de trabajo, embargos de sus casas, enfermedades,...
Hay demasiadas realidades dificiles a nuestro alrededor. Algunas algo mejor que la nuestra y otras bastante peor. No es consuelo de tontos, es ser consecuente con aquello que nos aqueja y caer en la cuenta que la magnitud de lo dificil, es una medida tan incierta como personal.
Lo esperanzador es que, si acierta el refrán; no hay mal que cien años dure.
También se dice que Dios no da problemas que no podamos soportar. Creo en esto último por cuestión de fe personal aunque, reconozco, que en días como el que he tenido antes de escribir estas líneas, cabe preguntarse si Dios no estará tensandome demasiado las cuerdas.
En frío y con mas calma, pienso que Dios, en mi caso, me está obligando a conocer mis medidas, mi elasticidad para afrontar las tensiones de la vida.
Querido Dios, me está costando entenderte, tanto como entenderme, pero todo cuanto me das, lo acepto. Eso sí, espero que lleguen esos momentos, en los cuales la elasticidad adquirida sea para encontrarme más cómoda conmigo misma y con la vida. Dificil, lo sé, pero la esperanza, cuando no hay bonanza, es algo que, según dicen, nunca debe perderse.
Pilar Martinez Fernandez.

domingo, 21 de febrero de 2010

¡¡¡ maldita escritura¡¡¡¡


En 1927 Machado es elegido para ocupar un sillón en la Academia de la Lengua. De tal elección se cuenta que el propio Antonio Machado, con esa sencillez que le caracterizó toda su vida, no lo dio importancia y a todos dijo ; "Un honor al que no aspiré nunca, casi me atreveré a decir que aspiré a no tenerlo".
Es fácil para quienes nos dedicamos a la escritura de una forma u otra, comprender las nulas aspiraciones a determinados reconocimientos. Mucho más fácil aún entenderlo cuando no se precisan honores para dar rienda a cuanto un escritor está llamado a escribir con más o menos éxito.
Y pienso esto personalmente porque si algo me ha movido todo este tiempo a escribir, ha sido la propia necesidad de hacerlo. Nada más. Como quien precisa todos los días tomar un café nada más levantarse para despertar y vivir el maravilloso día que tiene por delante. No espero éxitos, ni gran poder de convocatoria entre los lectores, ni tan siquiera escribir algo tan exultante que ocupe hueco entre los best sellers o una columna en un periódico.
Sin embargo, he sentido tristeza cuando he pensado en cuánto he perdido por el camino por el mero hecho de escribir. Ilusiones convertidas en frustraciones, desaires convertidos en decepciones, apoyos convertidos en balanzas desequilibradas, y enajenaciones, unas cuántas, por cierto, en parte por mi misma hacía lo que me rodeaba pero también por parte de personas que han estado a mi alrededor. Algunas queridas, otras menos, pero dentro de mi círculo.
Ha llegado a retumbar cuán eco en mi interior un sentimiento perverso: ¡¡¡¡ maldita escritura¡¡¡. Un grito doloroso, punzante que no deja indiferente.
No se espera nunca gran cosa de uno mismo cuando se comienza a descubrir un don, un talento. Simplemente se deja fluir hasta sorprenderse. Y es tan emocionante ese descubrir y avanzar que, todo parece preparado para seguir la andadura hacía el horizonte creativo. No se piensa en el gran éxito, no al menos, en los inicios, sino en la posibilidad de cultivar esos granos tan vigorosos en vasta y fértil tierra.
Sin embargo, cuando el tiempo pasa y cultivas más y más granos, con la dedicación propia de quien busca el mejor abono y la mejor semilla para sus campos, sí esperas cosecha.
Hoy, he vuelto a escuchar ese grito. De hecho, me lo han gritado, ¡¡¡ Maldita escritura¡¡¡¡, y he vuelto a ahondar en mis estrepitosos fracasos, en lo que ha ido quedando por el camino.
Quizá no tenga demasiados éxitos, y quizá muchas cosas hayan quedado por el camino, es cierto, pero he de decir que si algo está por conseguir, seré yo, unicamente yo quien lo consiga. Antes creí necesitar opiniones, juicios, criterios...Ahora, no. Puedo gritar o me pueden gritar una y mil veces ¡¡¡ Maldita escritura¡¡¡, pero ahora sé que solo yo puedo convertirlo en una ¡¡¡ Bendición¡¡¡.
Ser escritor, ahora sé que es serlo en primera persona. No existen sociedades, ni comanditas. Cuánto escribe es tuyo y solo tú puedes firmarlo. Puedes escribir fantasías, y serán tus fantasías. Puedes escribir historias, y serán tus historias.
No importa si gusta o no gusta, si cumple o no con las expectativas de otros. No se trata de escribir para dar gusto, sino para crear algo único, diferente, original.
Hoy me han gritado ¡¡¡ maldita escritura¡¡¡. Tiempo atrás no hubiera contestado nada. Hoy, contesto: " Es mi talento y doy gracias a Dios por ello".
Importa poco adonde llegue porque ya he llegado hasta aqui, pero hoy sé que, aún, he de llegar más lejos. No a ocupar un sillón en la Real Academia de la lengua, seguramente, pero si tener un hueco en el fascinante y nada maldito mundo de la literatura.
Pilar Martinez Fernández.

lunes, 8 de febrero de 2010

¿ Qué es lo que mas te gusta de ti?




Pensaba un poco antes de sentarme a escribir estas lineas, en una pregunta que me han hecho hoy; la cuestión fue sencilla, no lo fue tanto la respuesta. Decía así: "¿ qué es lo que más te gusta de tí?".

De repente, no supe qué contestar. Y fue algo delirante, lo confieso. Pensé en una cualidad, luego en algo de lo que verdaderamente me sintiera orgullosa, sin embargo no fui capaz de encontrar en ese momento algo de mí que realmente pudiera afirmar con rotundidad que me gustara.
Enseguida, pensé en la pregunta a la inversa:
" ´Qué es lo que no te gusta de tí?", y ahí fue dónde la cuestión fue más derrotadora, porque no deja de ser curioso que, precisamente, los más criticos con nuestra esencia personal seamos nosotros mismos, de tal forma enseguida surgieron los típicos complejos personales, los autoconceptos bajos de estima,y, cómo no, los defectos.
Es realmente una puñeta que salga siempre a relucir nuestro ser más quebradizo. Cierto que la vanidad es un defecto que no suele gustar a quienes nos rodean, pero ¿ Qué de malo hay en ser un poco vanidosos en nuestra intimidad?. No se trata de ponernos " divinos" ante el mundo, pero ¡ caramba¡, ante nosotros mismos, ver un bello reflejo al mirarnos frente al espejo tampoco creo que sea redundar en vanaglorias.
Pero yo no puedo ni por esas. Aún en este preciso momento en el que comparto aqui mis pensamientos, no soy capaz de encontrar en mí ese " algo" que más me gusta de mí.
No sé, pensándolo bien, creo que en realidad no es que no encuentre algo bueno en mí, sino que a todo lo bueno que hallo en mí le saco un " pero". Sí, eso me temo que va a ser, como el ying y el yang, que en lo bueno siempre hay un punto malo y en el malo un punto bueno.
No es buena cosa llegar a esa conclusión, me temo. Pareciera que eres el simple resultado de una resta, lo que queda de sustraer aquello bueno que realmente se tiene. No debiera ser así, no al menos de manera tan pusilanime porque, al fin y al cabo, en toda resta que se precie siempre hay un minuendo y un sustraendo, y para que un resultado sea positivo, el minuendo ( las cosas buenas) siempre tendrá que ser mayor que el sustraendo ( los " peros").
Tal vez deba volver a pensar en la pregunta, o quizá mejor en el resultado de mi resta de cosas buenas y de " peros", porque puede que en ese afan de buscarme mis propias cosquillas, lo que consiga es negarme el propio derecho a sentirme bien conmigo misma, y eso no creo que sea quererse bien, precisamente.
Asi pues, pensaré de nuevo en la gran pregunta. Y, esta vez, voy a tratar de no eclipsarme; voy a tratar de no parapetarme en mis múltiples " peros" al tiempo que hago del resultado de mi resta un número infinito de posibilidades para ser mejor.
No es mal ejercicio, verdad?. Pues a ver qué resulta. Por lo pronto ya me he percatado de algo; que me gusta pensar...y ¿ a tí?
Pilar Martinez

Entre amigos.....




De fiesta navideña ¡¡¡¡¡¡¡menuda panda¡¡¡¡ Mis compis de curso de contabilidad


Mari Mar y Pilar, dos buenas amigas









Mila, Eva y Pilar

Compañeras de baile



domingo, 7 de febrero de 2010

La escuela de la vida


Este articulo ha sido publicado, como ya es habitual desde hace más de tres años, en la revista parroquial " Iglesia en Almodovar".
Hago esta alusión especial porque siendo como soy : " una muchachita de Valladolid", os preguntareis que hago yo escribiendo para una revista parroquial de un pueblo como Almodovar del Campo de la provincia de Ciudad Real.
Bueno, la respuesta es tan sencilla como sincera: porque es en el único lugar dónde a esta escritorcilla le dan un valioso espacio en el que poder llegar con sus palabras a la gente. He estado escribiendo para otros medios, es cierto, pero es en ese rincón de La Mancha dónde lo sigo haciendo con más ilusión cada día porque valoran mi colaboración y no acuso en ningún momento menosprecio, más bien al contrario.
Agradezco a D. Tomás, parroco de la iglesia de este pueblo, aquella primera oportunidad que me dio y las sucesivas que luego me ha dado e incluso me exige con prudente impaciencia.
Y a vosotros, amigos y lectores de este rincón modesto para mis palabras, unicamente deciros que, cuánto escribo, no es para mí, sino para vosotros. No es otra cosa que hacer aquello de la parábola de los talentos...no guardarlos para sí, sino hacer algo con ellos...
Esta vez, permitidme un consejo: leed como si fuerais niños y, si podeís, seguid siendo niños, al menos en el fondo de nuestra alma.
Publicado en Iglesia en Almodovar Nº 229 http://www.iglesia.almodovardelcampo.org/
La escuela de la vida

Como sé que en este periódico de vuestra parroquia de Almodóvar, escribís también los niños, supongo que también lo leeréis con atención, así pues hoy me voy a dirigir a vosotros además de vuestros mayores. Y lo voy a hacer en principio poniéndome a vuestro nivel, queridos niños; desde quién desea tener siempre el corazón de una niña capaz de sorprenderse ante las lecciones elementales que la vida nos ofrece.
Yo cada día voy a la escuela de la vida. Sí, así como suena: a la escuela de la vida, un imaginario colegio siempre abierto dónde aprender es el único requisito exigido. No importa la edad, ni tampoco si se sabe mucho o poco, tampoco hace falta demostrar cuánto se sabe, solamente tener ganas de aprender.
Algunos mayores creen que llega un momento que no hay nada nuevo que aprender. Creen haber aprendido cuánto necesitan y dejan de mostrar interés por todo al tiempo que se creen que lo saben todo. Es la actitud de la falsa sabiduría. Sí. Así, como suena: falsa y engañosa pues os diré que, nunca nunca se deja de aprender aunque se sepan muchas cosas.
A los niños, por el contrario, os suele ocurrir otra cosa. No os gusta de por sí la escuela y aprender algunas cosas os parece un rollo. Algunos incluso os haceis algo vaguetes y estudiáis muy poco.
Pues bien, para unos y para otros, e incluso para mí misma, os voy a contar una pequeña lección que he aprendido estos días de “ la escuela de la vida”.
Me llegó por internet, ese gran invento capaz de traernos noticias y acontecimientos de cualquier rincón del planeta hasta nuestra pantalla del ordenador. Vereis. Resulta que en una comarca de Colombia, un lugar dónde al parecer no preocupa demasiado que los niños corran ciertos riesgos peligrosos para su propia vida, ocho niños de edades entre los 4 y los 8 años, cada día tienen que deslizarse por un cable de acero colgados por la cintura de unas simples cuerdas y una polea.
Claro, os preguntaréis para qué hacen eso. Nosotros en España, pagamos por montarnos en montañas rusas, en atracciones de sensaciones espeluznantes con las pertinentes medidas de seguridad, sin embargo, estos niños colombianos tienen que recorrer 800 metros de cable en bajada a 200 metros de altura durante 30 o 40 segundos que les dura el recorrido, colgados únicamente por unas maromas atadas a sus cinturas para poder ir a la escuela que se encuentra al otro lado de ese precipicio. Y no sólo esto. A la vuelta, cuándo regresan para sus casas, deben caminar hasta otra montaña dónde hay otro cable, es decir utilizan un cable de ida y otro de vuelta.
Seguramente penséis que pasan miedo o que incluso no quieran ir al colegio, pero no. Lejos de ser para ellos un motivo para no asistir cada día al colegio, un día tras otro llegan contentos y risueños hasta el extremo de ese cable de acero después de atravesar solos una carretera porque quieren aprender.
Cuándo tuve noticias de este hecho, me pregunté que clase de políticos tienen en ese país que no protegen mejor a sus niños ni les ofrecen una educación mucho más cercana y de calidad, pero también me pregunté por qué esos ocho niños eran capaces de valorar tanto su aprendizaje hasta el punto de no experimentar ni un ápice de miedo deslizándose cada día por el cable para ir a la escuela.
Pues bien, niños, mayores y yo misma. He aquí la lección a aprender.
Yo recuerdo el momento en el que le tocó a mi hijo Daniel ir por primera vez al colegio. Por aquellos días, se estaba poniendo en práctica un nuevo sistema pedagógico de adaptación al colegio para que los niños gradualmente se acostumbraran al horario escolar. Durante un mes había que llevar a los niños tan sólo dos horas. Pasado ese mes ya se les llevaba toda la jornada escolar.
Ya por aquel entonces pensé que era una solemne tontería pero hoy lo pienso con más conocimiento de causa. Con tan absurdos sistemas pedagógicos anti choque escolar, fomentamos inconscientemente el torpe concepto de “ trauma” por ir a un lugar a aprender durante cinco o seis horas al día.
No, queridos niños, no. No os debe suponer ningún trauma acudir al colegio a aprender. Es todo un privilegio que gocéis de esa oportunidad, de que hayáis nacido en una orilla próspera en la que no preciséis ningún cable ni polea para llegar a vuestro colegio y recibir toda esa cultura que precisareis para ser hombres y mujeres en el futuro. Es un privilegio que tengáis una clase y un curso para cada edad, un profesor por cada aula, una pizarra, un ordenador en la clase, libros de texto, lápices, cuadernos, uniforme...y lo mejor de todo, un colegio cerca de vuestra casa. No vale decir que no queréis ir a la escuela porque tenéis que estudiar. Eso es una absoluta ingratitud ante tantos privilegios, pero lo peor de todo es que desaprovechando lo que os ofrece vuestro colegio, también os estáis desaprovechando a vosotros mismos.
En cuánto a nosotros, los adultos, ¿ Qué decir?. Muchos son los que creen saber más de lo que realmente saben negándose a aprender de cuánto les rodea, incluso de los niños y de los más jóvenes. Precisamente, la mayor necedad, radica en creerse más sabio de lo que realmente se es. En la escuela de la vida, siempre y hasta el final de nuestros días, somos alumnos, lo que ocurre en que a veces la escuela, como algo figurado en nuestro acontecer mientras nos hacemos más y más mayores, suele plantearnos retos y enseñanzas que no encajamos con facilidad, siendo más fácil negar y dar la espalda a lo que no entendemos que abrir nuestra mente y corazón para comprender. Negarse a aprender es negarse uno mismo a crecer y por tanto empezar a marchitarse y empobrecerse.
Asi pues, niños , adultos con espíritu de niño, sabios a medio camino de la inalcanzable sabiduría, pensad un poco en esos “ niños del cable”, valerosos alumnos de la escuela de la vida que ya saben lo importante que es aprender si se quiere caminar hacía el futuro. Es grande el riesgo que corren cada día por aprender y cabe desearles que el colegio les queda a la altura de su férrea voluntad, pero teniendo motivos para ser un trauma acudir a la escuela cada día, ellos, sin embargo, acuden contentos. Creo que llegados a este punto, si unos niños en condiciones precarias lo han aprendido, conviene que todos nos quejemos menos y que estemos dispuestos a aprender cada día un poco más de la magnifica” escuela de la vida” , ¿ no os parece?.

Pilar Martinez Fernandez.