jueves, 29 de abril de 2010

Siguiendo la escondida senda


Leía hace poco una frase que decía algo así como que nadie baja dos veces a las aguas del mismo río.
Con esta frase me ocurre como con tantas cosas, que cuánto más las pienso menos sentido las encuentro. Quizá no sea demasiado inteligente pero me atrevo a reconocer que no la comprendo. Es más que evidente que las aguas de un río fluyen y que tan sólo hay un breve instante en el que pasan por delante de nosotros, efímero como tantos y tantos momentos que igualmente vívimos a lo largo de nuestra vida pero eso no desmonta el hecho de que, al contemplar desde la orilla, en otro instante, el lento discurrir del mismo río, se viva un momento similar o incluso mejorado. Definitivamente, y lo siento por el autor de la frase que, por cierto, desconozco, pero no logro encontrarle mejor sentido. No obstante, sí que me ha servido para ahondar en otro hecho que, a mí al menos, me parece que merece mucho más la pena.
Si hablamos de rios, me resulta curioso siempre que observo un río como puede ser mi querido Padre Duero, el hecho de que sigue su senda como sabiendo en todo momento hacía dónde se dirige. Puede venir más caudaloso o menos, más revuelto o con su verde profundo, pero siempre hacía Oporto donde el Atlántico le espera.
Esa es su misión, aquella para la que nace y para la que ha sido escogido. No hace falta encontrarle un porqué, es simplemente una pieza más de un insondable engranaje. Igual que cada uno de nosotros, piezas que han de seguir su senda por muy escondida que esté entre rocas, maleza, arboledas o montes.
Y cada senda es única, diferente, ajena o puede que cercana a otra pero siempre personal e intrasferible. Quizá por eso, me gusten muy poco aquellas personas que se meten en la vida de otros o sienten que tienen que hacer lo que hacen los demás, porque no siguen su senda, siguen la de otros comiendo únicamente polvo.
Puede que no sepamos realmente hacía dónde nos dirigimos, como le puede ocurrir al sabio río, pero si que debemos confiar que vamos hacía donde se nos espera. Yo, cada día me levanto teniendo la certeza de que es un día más que necesito vivir con todo su acontecer para seguir en el camino, así tenga preocupaciones, ocupaciones o pequeños quebrantos. Y sé también que para seguir mi particular escondida senda tengo que ser valiente y decidida e, incluso, correr algún que otro riesgo.
La vida en sí misma es una aventura. Podemos llegar hasta el mismísimo Océano o vivir serenamente en un pequeño estanque pero, al final, habremos llegado allí donde se nos espera.

Pilar Martinez ( Abril 2010)

Si fuera aire






Si fuera aire, ¿ hasta dónde iría?
Llegaría hasta tu espalda,muy despacio,
y con mi brisa ondulada y transparente,
te rodearía hasta que tú, por completo, me llenaras.
Silbaría en tu oído una canción
y esperaría que te dieras la vuelta,
buscando mi presencia detrás de tí,
para besar esa seda que cubre tus finos labios.
Y, esperaría, también, que volaras conmigo hacía un
lugar en el que a nadie le pareciera extraño ver al aire
fundirse contigo, en silencio,
únicamente silbando nuestro amor y nuestros nombres.
Si fuera aire, qué fácil sería envolverte
y tenerte junto a mí, pegado,
unidos los dos aunque sólo fuera un instante sin que,
a nadie le pareciera extraño que,
una brisa fuera quien te amara tanto.
Y, ahora que ya despierto...¡ Qué lástima no ser aire¡
Pilar Martínez, poema libre ( Abril 2010)

domingo, 25 de abril de 2010

Tu, eternamente


Si pudiera escoger entre el tú y el yo, te elegiría a tí.
¿ Por que?, porque si mi yo te acepta, estarías por siempre en mí.
Hasta en la ausencia te sentiría aunque mi yo quisiera sentirse completo con tu presencia.
Es el amor una doble dirección en el que dos almas en un punto se encuentran, cambian de sentido su vida para caminar juntas hacía el infinito.
Por eso, tu y yo, son una misma cosa, pero si tuviera que escoger, te elegiría a tí. Para siempre. Tu, eternamente...
Pilar Martinez ( abril 2010)

lunes, 19 de abril de 2010

Dentro de una jaula


Cuando veo animales dentro de una jaula y les observo en sus movimientos, me pregunto qué es lo que su pequeño cerebro les ordena hacer: si quedarse allí quietos, esperando y dejando el tiempo pasar o si bien les obliga a moverse en el vano intento de escapar y vivir de otro modo.
Miro sus ojillos, siempre brillantes y al tiempo huidizos, como si tuvieran miedo y me pregunto qué pensaran de mí, si soy un depredador que puede dañarles o incluso matarles, si soy su llave hacía la libertad o incluso un ser superior, casi un semi Dios para ellos. Y, ciertamente, allí, en su jaula, pareciera que estan a merced de una mano que tanto puede deñarles como cuidarles y sin otra posibilidad que aceptar la arbitraria voluntad de quien lo mantiene encerrado. La posibilidad de una vida libre para los animales enjaulados, a menudo la acompaña el descuido del enjaulador, un descuido que muchas veces también termina con la vida del animal pues de tanto vivir plegado a una jaula, la libertad le queda tan grande que lo aplasta.
Así nos ocurre también a nosotros, enjaulados entre unos barrotes desde los cuales observamos el mundo y sus posibilidades, adaptados a nuestras jaulas al tiempo que miramos alrededor pregúntadonos muchas veces cómo sería la vida fuera de nuestra jaula.
Algunas veces ocurre que la vida abre la puerta de nuestra jaula para que salgamos y volemos hacía algún lugar, sin embargo, no siempre tomamos la puerta. Nos quedamos indecisos pensando si es mejor salir o quedarse, al fin y al cabo, cuando se sobrevive en una jaula es porque lo necesario no nos falta y ¿ Cómo renunciar a ese cómodo dispensar de nuestras básicas necesidades?,¿ Y si fuera de la jaula no lo encontramos tan facilmente?, ¿ Hacía dónde ir?, cuántas cuestiones se hacen eco en nuestra inseguridad y en nuestros miedos.
Cuantas personas viven enjauladas al tiempo que tienen la posibilidad de cruzar el umbral de la portezuela de su jaula sin atreverse a ir más allá. Y cuantas también lo intentan a pesar de sentir clavados los barrotes en su anhelante vida.
Otros, en cambio, esperan. Esperan igual que las aves, con ojos brillantes de esperanza tras los barrotillos finos de la jaula al tiempo que huidizos para no dejar entrever sus ganas de libertad y ser afrecho de reproches.
Cuántos viven dentro de una jaula, acomodados, parapetados en convencionalismos, encuadrados en " lo ideal", pagando un precio incalculable a base de tiempo y tiempo, pero deseando en lo más hondo de su alma salir de ella y emprender el vuelo hacía otro modo de vivir.
Demasiados, más seguramente de lo que creemos. A muchos les falta valentía, el arrojo de salir a cielo abierto unicamente con lo que son. Y es que, el precio de la libertad, puede ser muy alto, tanto como el abanico de posibilidades que puede abrirse delante nuestro, pero cabe preguntarse cada uno de nosotros; si alguien abriera la puerta de nuestra jaula y nos invitara a salir
¿ Saldríamos al cielo raso para volar hacía otro horizonte? ...
Pilar Martinez Fernandez.

domingo, 4 de abril de 2010

Una flor entre las piedras



Ocurrió una vez aunque, estoy segura ha ocurrido más veces, al fin y al cabo y por inverosimil que parezca, algunas cosas se repiten aunque no se hagan eco. Es, digamoslo asi, lo que tiene la singularidad. Se dá aquí o allá pero se convierte en algo único por lo efímero de su espontaneidad. El caso es que, en cierta ocasión, mientras paseaba por una acera adoquinada, entre la ranura que dejaba la pared de piedra y el adoquín de la acera, ví asomar una flor. Era chiquitita, apenas un tallo con dos hojitas a los lados y unos pétalos amarillos, sin embargo alzaba su tallo con cierta arrogancia, como queriendo sobresalir más y más de entre esa ranurita entre el suelo y la pared. No habia ninguna flor más, ni tan siquiera una brizna de hierba. Allí estaba solitaria la florecilla, seguramente enraizada en unos mínusculos granos de tierra o aprovechando alguna hoquedad de la propia piedra, quien sabe. Pero, en su soledad, aparecía en cierto modo lozana, se diría incluso que bonita a pesar de su sencillez, todo un contraste casi irreal en ese lugar.
A menudo, a mi tienda van personas a comprar plantas y bulbos para ponerlos en su jardín. Muchas veces me preguntan si darán flor o si agarrarán en el terreno.
Lo cierto es que, en las circunstancias más normales de buena tierra y abonado, una planta tiene todo a su favor para enraizar, crecer y dar flores, pero he aquí lo contradictorio de la vida misma y su modo de abrirse camino; que no siempre las mejores condiciones, dan los resultdos esperados. Suele ocurrir que, hasta en la dificultad, la vida e incluso la belleza, quiere germinar, mientras que en lo más propicio, el fracaso puede ser el resultado.
A la florecilla silvestre crecida entre piedras, posiblemente nadie la sembró. Nadie depositó su simiente allí. La trajo quizá el viento, algún pajarillo entre sus patas o un insecto. Cayó por casualidad o porque, la naturaleza, caprichosa y al tiempo sabia, quiso que allí creciera para demostrar su poder y la enorme capacidad de adaptación que puede tener ante la adversidad, los obstáculos y el impertérrito empeño del hombre en construir y adoquinarlo todo.
Así somos nosotros, o al menos como debíeramos ser ante la adversidad; florecillas floreciendo entre piedras. A mí me resultó curioso encontrar esa flor singular creciendo en un lugar tan escaso de tierra, pero enseguida pensé que tan solo debía fijarme en el hecho de que, aquella flor, precisó únicamente lo justo para salir adelante, igual que yo y que cualquier ser humano. El problema de que no florezcamos con vigor, se debe muchas veces a nuestro empeño de retrotraernos cuando las cosas no nos son del todo propicias. Vivímos pensando en conseguir todo aquello que nos ha de hacer la vida más fácil y más cómoda, incapaces muchas veces de asentar nuestras raíces porque nos pasamos media vida buscando mejor tierra, y, aunque florecemos, lo cierto es que no lo hacemos con plenitud.
Admiro a esas flores capaces de florecer en recovecos porque, aún no siendo orquideas ni camelias, sino flores silvestres, son capaces de dar lo mejor de si mismas con escasa tierra.
Admiro por tanto, a aquellas personas que, con lo justo, saben vivir. Conozco a pocas, realmente. Entre ellas, no me encuentro, lo reconozco pero, buen principio es saberse poseedor de lo justo para vivir. ¿Por qué no nos conformamos?; ¡ Ay que gran pregunta¡. Eso es quizá lo que a cada cual nos toca reflexionar...
Pilar Martinez ( Abril 2010)



viernes, 2 de abril de 2010

¡ Sé valiente¡



Dedicado a D. Tomás Lozano, parroco de la iglesia de Almodovar del Campo además de un gran sacerdote; un hombre querido por muchos por el modo de trasmitir el mensaje de Dios y de hacer iglesia de una manera cercana, sin tachaduras, ni rasgaduras, sin exclusiones...

Del mismo modo, tambien cuestionado por otros, por aquellos que entienden la iglesia purpurada y enfundada en formas sistemáticas.

Él ha logrado que yo crea que una iglesia auténtica y cercana al pueblo es posible; la diferencia la establece quien se pone al frente de ella y mira a su alrededor abriendo sus manos acogedoras.

Él ha logrado que yo crea en un Dios bondadoso, no castigador, sin medidas estrechas y excluyentes, sin exigencias ni extravagancias, sintiendo su presencia en los momentos vacíos y tambien en los dichosos. Y, sobre todo, confiando...siempre confiando en que, camine por donde camine, haga lo que haga, siempre voy de su mano y hacía alguna parte.

Decidí escribir este articulo sincero, íntimo, pero al tiempo desafiante porque viviendo como vivimos en un mundo donde la critica negativa sobre Dios y la iglesia hace tanto daño al cristiano, hace falta que aquello en lo que creemos lo afirmemos con rotundidad, sin miedos. Se puede ser mejor o peor cristiano, pero en cualquier caso en nuestra firmeza está la continuidad de aquello en lo que creemos y damos una razón de vida. Importa poco a quien no le guste aquello que afirmamos, lo importante es que no lo silenciemos. Allá quien quiera o no escucharnos.

Articulo publicado en Iglesia de Almodovar Nº 231

http://iglesia.almodovardelcampo.org/periodico_iglesia_en_almodovar_-_231_marzo_-_2010/

¡ Sé valiente!

A menudo pienso si en verdad existe la razón, ese concepto tan enorme que abarca desde la lógica hasta la justicia pasando por la verdad. Y lo pienso sobre todo cuando siento que mi opinión se ve zarandeada por quienes, al debatir, utilizan argumentos que no alcanzo a comprender.
Sí, ya sé. Es en ese tipo de situaciones donde se establece un debate o incluso una discusión, y también sé que la diversidad de opiniones siempre existirá, sin embargo, no es eso lo que me inquieta; lo que me lleva a preguntarme hasta qué punto puedo sentirme cómoda con mí razón es, precisamente, cuando ves a tu alrededor una tendencia muy extendida y tú, por no dejarte llevar por esa tendencia, apenas puedes hacerte oír o incluso te atacan.
No me interpreten mal, no llego a creerme ni por lo más remoto que yo esté equivocada o que estén equivocados los demás, es simplemente una momentánea incapacidad de argumentar una postura tan sólida y tan firme como la que se puede tener ante la vida y el modo de entenderla.
Pero creo que el mejor modo de entender este vericueto sobre el que pretendo reflexionar hoy es con una anécdota personal.
Hace unos días, una persona cercana a mí, ante mi rotunda afirmación de que era cristiana, se tomó la libertad de opinar al respecto, algo que en principio no tenía porque ser bueno ni malo pues, al fin y al cabo, opinar es gratuito, no así la ofensa o la falta de consideración, sin embargo, resultó ser un intercambio de opiniones que si bien no consiguió inclinar la balanza hacía ningún lado, sí que me mostró una razón bastante poco razonable por parte de esa persona pues, desde un principio, trató de darme argumentos lacerantes para justificar su rotundo ateismo, su nula fe en Dios y su rechazo profundo a la Iglesia.
No traté en ningún momento de convencerle de nada, como bien dijo Einstein es más fácil demostrar las partes de un átomo que desmontar a un hombre sus preconceptos, y en este caso así era, lo único que me limité a hacer es reafirmar mi fe una y otra vez, algo que todavía le motivaba más para sacar más y más argumentos en contra de mi postura hasta el punto de decir auténticas incongruencias. Me resultó chocante, eso sí, que me hablara del respeto y que, precisamente, me lo dijera alguien que al saber de mis creencias, no vaciló en sacar toda su artillería pesada contra Dios, los cristianos y la Iglesia. Y fue en ese momento en el que caí en la cuenta de que, por ser cristiana y afirmarlo sin más argumentos que mi propia fe, la razón del otro parecía tener más peso que la mía, reduciéndolo todo a una sensación de incapacidad a la hora de demostrar algo tan hermoso y que tanto llena mi vida como la presencia de Dios en mí.
Y me sentí mal. Mal por no ser más elocuente, por no defender mejor a Dios ante las sinrazones de otros.
A mí me queda aún mucho que aprender y tal vez mucho camino aún por recorrer para comprender mejor al hombre en todas sus grandezas e incluso miserias. También me queda aún camino por recorrer para comprenderme mejor a mí misma, pero ahora hago algo que no hacía tiempo atrás. Hoy soy capaz de decir que soy cristiana, que creo en Dios y que mi fe camina conmigo en mi discurrir por la vida. Y lo digo con valentía, aún a riesgo de chocar contra muros o pinchos. Hoy sé que soy un proyecto de Dios y que soy barro en sus manos, así resulte una vasija todavía a medio moldear o pequeña para contener lo que el manantial de la vida nos otorga a cada cual.
Puedo no ser muy locuaz a la hora de argumentar mi fe, o puedo serlo pero no siempre con el acierto que debiera y en los momentos que debiera, pero si me permito la duda es, simplemente, para convencerme a mi misma que tener o no la razón ante los demás, no es una cuestión de palabras, opiniones, discusiones o de llevarse el gato al agua, sino de una postura valiente al tiempo que serena con uno mismo.
A esta misma persona con la que tuve este punto de inflexión sobre Dios y mis particulares creencias religiosas, le pregunté en cierta ocasión: ¿ Qué es lo que ha sustituido a Dios en tu interior?. Su respuesta fue rotunda: - Yo sólo creo en mí mismo. Mi contestación, también fue rotunda: - Él también cree en ti y siempre te estará esperando.
Volví a repetírselo una vez más pero su corazón sé que está muy cerrado a la presencia de Dios en su vida y no pude por menos que sentir finalmente bastante pena.
Con tantos semidioses caminando por el mundo, nos corresponde a los cristianos en nuestra pequeñez ser valientes para seguir alimentando la grandeza de Dios. Eso es lo que se espera de nosotros aunque “ otras razones” pretendan anular “ nuestra razón”. Esto es lo que ahora sé mejor que hace unos días. Así pues, tú que al igual que yo te reafirmas como cristiano,
dilo sin miedo. No hace falta gritar, nada se sostiene a gritos. Tampoco discutas, la discusión saca los peores argumentos. Simplemente, ¡ Sé valiente¡ y deja a los juicios de los demás su propio desarrollo aunque sean ruidosos o meros ecos. Los tuyos podrán ser silenciosos pero muy serenos, y en la serenidad no dudes que es mucho más fácil encontrar...el equilibrio.

Pilar Martinez Fernandez.