jueves, 29 de octubre de 2009

La llamada de la libélula


La singularidad de las libélulas es que pueden plegar sus alitas y parecer hojas de un libro, de ahí su nombre. Se dice que etimológicamente
" libélula" viene de " librito". En Japón es símbolo de felicidad, éxito, coraje...y en las familias de alto linaje se acostumbra a usar este insecto como símbolo.
Desde luego es hermoso y tal vez uno de los insectos estetícamente más equilibrados. De ahí que de su observación este inspirado este articulo.
Publicado en la Revista " Iglesia en Almódovar" nª 226
Hay cosas que pueden parecer en un principio insignificantes, otras pasan inadvertidas por esa falta de observación de la que pecamos tantas veces, pero personalmente, cuánto más me detengo a observar, más cosas insignificantes en un principio pasan a ser sustanciales e incluso aleccionadoramente hermosas después.
Hace tiempo, cuando acostumbraba a limpiar en verano la pequeña piscina que tenía en mi jardín, solía ver pequeños insectos en la superficie del agua luchando desesperadamente para salir de allí y evitar ahogarse.
La mayoría de las veces eran avispas, pero también caían libélulas, alguna que otra mariposa e incluso mosquitos considerables. Su lucha contra aquello que les iba a quitar la vida me conmovía tanto que con la redecilla que solía limpiar las hojas en el agua, les cogía para depositarlos en otro lugar y así ayudarles a sobrevivir a ese infortunio. Era curioso después observar cómo los insectos seguían luchando para emprender de nuevo su peculiar vuelo. Movían sus alitas, mojadas y casi pegadas a sus minúsculos cuerpecillos hasta que conseguían que se secaran. En concreto una libélula estuvo sin rendirse casi medía hora hasta que consiguió desplegar sus trasparentes alas y volar de nuevo. Y recuerdo que de aquella observación pensé en lo milagrosa que es la existencia en sí misma en cada ser vivo, en la belleza que encierra cada criatura y en lo necesaria que es para vivir en equilibrio con la naturaleza.
Hoy he recordado esto después de volver a ver la película “ Madame Butterfly” precisamente después de ver una escena en la que, al igual que hacía yo en mi piscina, un hombre japonés se dedicaba muy afanosamente a coger del borde de un canal con una redecilla a las libélulas que se acumulaban allí presas de la humedad del lugar. Lo bello de esta escena es la meticulosidad con la que el hombre coge con sus dedos la libélula para no dañarla, como si entre sus dedos tuviera algo frágil y al tiempo valioso.
El protagonista de la película, al ver a ese hombre tan sumergido en esa tarea le pregunta: - ¿ Qué está haciendo?. Y, el hombre, mirándole le sonríe al tiempo que eleva una de las libélulas que tiene entre sus dedos y simula que vuela hasta colocarla en la palma de la mano de quién le ha preguntado.
En un siguiente plano, la libélula, tras varios aleteos, finalmente levanta el vuelo y desaparece.
Para un mero observador primario, este tipo de cosas pueden ser simplemente detalles sutiles con la naturaleza por parte de personas con una sensibilidad especial o con un sentido de la vida más elevado, y no sé equivoca en absoluto, pero he de decir más por mí misma que por cualquiera de ustedes, amigos lectores, que una vez más es el modo de mirar lo que nos hace hallar la esencia verdadera en todo cuánto nos rodea.
Dios ha creado un mundo con un equilibrio perfecto. Creado para vivir en completa simbiosis y capaz de albergar a todas las criaturas, ¿Qué es lo que le hace tan injusto en muchas ocasiones? ¿ Qué es lo que le hace tambalear y desigualar sus dos platillos en la balanza?. Pues, la respuesta es sencilla: el hombre. Nosotros mismos con nuestra aptitud de adaptar el medio a nosotros en lugar de adaptarnos nosotros al medio como hacen las plantas y los animales.
Es el hombre el que causa el desequilibrio, el que descompensa los platillos de la balanza del mundo que Dios ha creado con su sentido de la ambición, de la comodidad, del bienestar, de sus propios egoismos...
El hecho de que existan personas capaces de ver en cuánto les rodea un motivo de entrega personal más allá de sí mismos, un motivo de servir y de ser útil, es lo que le da al mundo la oportunidad de seguir manteniendo el equilibrio para no alejarse cada vez más de la belleza que guarda la perfección.
El hombre chino de la película “ Madame Butterfly” con esa voluntaria tarea que asume de salvar a las libélulas, no se hace rico ni llena su despensa de alimentos, sin embargo contribuye a que esos insectos sigan cumpliendo la tarea que les ha sido asignada cuándo fueron creados: la de polinizar plantas que luego habrán de dar su correspondiente fruto. Y, así, con toda esa cadena trófica que hace a toda criatura útil y necesaria para vivir en equilibrio con la naturaleza y por tanto con todo aquello que nos ha sido otorgado.
Así pues, pensemos y miremos un poco más allá de nuestras comodidades y de nuestras quejas. Analicémonos un poco, interioricemos para ver qué podemos hacer por ese exterior a menudo tan desequilibrado; por esas plantas bellas que nos rodean, por esos animales que habitan cerca de nosotros, por esos bosques, montes, lugares preciosos que ensuciamos con esa torpe manera de pasar por ellos, por esos rincones del planeta dónde la pobreza y la inanición se ceba con los débiles, por ese vecino o amigo que sufre por alguna razón, en definitiva, por todo aquello que acusa desequilibrio.
Es una utopía alcanzar la perfección en la tierra pero sí que podemos evitar ser menos imperfectos y ser más justos si, en lugar de quejarnos y ser críticos, abrimos nuestros cinco sentidos para percibir dónde y de qué manera podemos dar más de nosotros mismos.
Y, créanme, no hace falta irse demasiado lejos. A veces, a pocos pasos, una libélula les puede estar llamando.

Pilar Martínez Fernández

lunes, 5 de octubre de 2009

Articulo publicado en la revista " Iglesia en Almódovar" Nº 225 y en la web www.iglesia.almodovardelcampo.org


















Alas para volar

Hoy inicio estas líneas poniéndole unas figuradas alas al pensamiento para darle su oportunidad a ese interior que, a menudo, por flaquezas e inseguridades, le niego el vuelo y por tanto mi elevación más allá de la tierra firme por la cual camino.
Y, como con alas comienzo y de volar se trata, comenzaré contando una sencilla anécdota para luego, como digo, trascender con las alas del pensamiento y, una vez más, ofrecerles mi personal reflexión.
En cierta ocasión, mi hijo mayor llegó a casa con una cría de golondrina. La encontró en la calle, desorientada y sin poder levantar el vuelo. Se había caído del nido, como ocurre muy menudo con aquellos pajarillos inquietos y ansiosos por volar.
Mi hijo la trajo entre sus manos como quién albergaba algo delicado y frágil, procurándole protección al tiempo que le nacía el imperioso deseo de cuidarla.
Desde el primer momento, al verla entre sus manos tan pequeñita, con los ojos cerrados y sus plumillas aún pelusilla encrespada, sospeché que los nobles propósitos de mi hijo con esa pequeña ave iban a ser infructuosos. De niña tuve experiencias de ese tipo y excepto con un pollito que me compró mi abuela y que luego tuvimos que sacrificar porque se hizo enorme, lo cuál he de decir que aquel “ pollicidio” me provocó su correspondiente desazón, todas aquellas crías de gorrioncillos y demás, acabaron muriendo irremediablemente. Pero, aún así, decidimos ambos darle la oportunidad al indefenso polluelo para que sobreviviera.
Al principio, la cría de golondrina colaboraba con nuestros desvelos por cuidarla. Incluso, yo misma, acordándome del libro de Richard Bach “Juan Salvador Gaviota”, hasta le puse casi el mismo nombre: Juan Salvador Golondrina con la esperanza de que, al igual que la gaviota protagonista del libro, luchara por aprender a volar y planeara por el cielo.
Pero, después de tres días de celoso cuidado, la golondrina amaneció muerta.
Se impuso una vez más la propia ley natural con una pequeña ave que, por alguna razón, no debía sobrevivir a su prematuro abandono del nido.
Y he aquí dónde y a partir de esta singular experiencia, mis alas interiores empezaron a aletear. Quizá no fuera más que un pajarillo atolondrado e impaciente por vivir al margen de las propias reglas que marca la naturaleza, sin embargo, también pudo ocurrir que, a pesar de tantas cosas en su contra y de responder a su inquietud por levantar el vuelo algo prematuramente, lo hubiera conseguido finalmente a partir de ese encuentro casual a ras del suelo con mi hijo en plena calle. De haber sido así, quizá hoy hubiera podido escribir aquí que consiguió ser una golondrina singular, especial, distinta a las demás golondrinas y un ejemplo palpable de que, aún siendo un sencillo pajarillo, se puede luchar contra la adversidad y salir crecido.
No puedo escribir ese final romántico, más bien y sirviendo de eco al pensamiento primario, lo que cabe escribir es el reproche más que probable de los hermanos de nido de la pequeña golondrina de conocer su triste final : - ¡ Ves, tonta, lo que te ha ocurrido por querer volar antes de tiempo¡.
Pero esto, como digo, es lo primario. ¿ Qué nos puede enseñar, en realidad, esta anécdota ?. ¿ En qué posición debemos colocarnos?, ¿ En el de la pequeña golondrina?, o quizá ¿ en la de sus hermanos de nido?.
Sometámonos a este sencillo ejercicio con honestidad y desplegando nuestras alas interiores. Dejemos un poco a un lado los típicos pensamientos sostenidos por el siempre impertérrito sentido práctico que se le aplica a todo aquello que parece no tener posibilidades de ser de otra manera, y dejemos que afloren esas inquietudes que todos albergamos, a menudo en silencio por miedo al ridículo o simplemente por mera inseguridad.
Toda elevación, toda proyección más allá de lo establecido, conlleva el riesgo al fracaso, a no llegar y quedarse a medio camino o incluso a la soledad, pero no es menos cierto que de la adversidad, de la dificultad, han surgido grandes glorias y aleccionadoras victorias.
El hecho de recordar a Juan Salvador Gaviota, el protagonista de un libro, por cierto, recomendable por su fácil y aleccionadora lectura, me llevó a reflexionar una vez más en la esencia que encierra la diferencia, a veces cuestionada, mal interpretada e incluso rechazada por quienes siguen torpemente la inercia de la masa y del pensamiento único.
La gaviota del libro, esencialmente se empeña en vivir conforme a lo que interiormente siente muy en contra de lo que establece su “ sociedad”, pasando por diferentes etapas y aprendizajes que culminan en un total y pleno sentido de su existencia.
No voy a desvelar aquí más línea argumental del libro pues al recomendar su lectura también pretendo que descubran, amigos lectores, la valiosa lección que enseña, pero si quiero extenderme, por el contrario, en algo que considero importante.
Todos somos llamados a ser especiales y únicos. El problema es que nos lleva algunas veces demasiado tiempo conocernos plenamente, entre otras razones porque nos dejamos engullir por los convencionalismos y estereotipos que, la propia comunidad y sociedad en la cuál vivimos, marca con la etiqueta de idoneidad. Pero, ¿ Quién determina qué es lo idóneo?, ¿ Acaso no es un hecho que no hay dos seres humanos iguales?, y si esto es así ¿ No es lógico que existan tantos modos de sentir como seres humanos distintos existen?. ¿ Por qué entonces llega a resultar tan difícil para el diferente, vivir con su diferencia?, ¿ Por qué lo juzgamos, lo apuntamos con el dedo o incluso lo excluimos de nuestro espectro?
Tantos años sobreviviendo la raza humana y aún no ha aprendido a tolerarse en sus diferencias.
Dios pudo crearnos a todos iguales. Limitarse a dotarnos un cuerpo estereotipado que alimentar, con unas manos para trabajar y un corazón que simplemente bombeara sangre para que llegara a cada rincón de nuestro cuerpo físico, sin embargo, nos creó a cada uno como una obra de arte única.
Así pues, ¿ No creen que es un completo desperdicio abandonarnos tanto de pensamiento y, a menudo, también de obra?.
Pensemos al menos en ello, démonos más oportunidades. No permitamos que esos pensamientos únicos, unidireccionales, establecidos por aquellos que a todo necesitan ponerle su etiqueta como si fuéramos frascos de conserva, nos limiten y corten nuestras alas personales y únicas.
Decía Pascal que “ El hombre tiene ilusiones como el pájaro alas. Eso es lo que le sostiene”. Yo, simplemente añado: las alas del hombre, no son de plumas ni tienen espolones. Son de ilusión, de esperanza, de genialidad, de amor... con unas alas así,
¿ Qué puede impedir dirigirnos hacía un horizonte infinito?. Mi conclusión: unicamente, nosotros mismos....


Pilar Martinez Fernandez.