Hace tiempo leí que en en el interior de cada uno de nosotros existen todos los puentes necesarios para ser cruzados en un momento preciso y llevarnos hacía nuestro destino.
Yo imagino que, si de verdad existen esos puentes en nuestro interior, en cada momento los cruzamos con la seguridad plena de que vamos hacía dónde debemos ir aunque al otro lado no sepamos muy bien qué es lo que no espera. Y, si es así, entonces también cabe creer que día a día caminamos por una senda necesaria hacía nuestro indefinido horizonte.
El debacle viene en el momento que se nos presentan encrucijadas en el camino, bifurcaciones que nos hacen dudar a la hora de tomar la decisión de seguir por un lado o por otro. Y, cuántas veces tambien no nos sucede que tomado un camino y un puente, sopesamos qué hubiera ocurrido de haber tomado otra dirección diferente.
Si creemos con absoluta fe que cada puente que cruzamos en nuestra vida es el que debíamos tomar así nos haya hecho dar algún que otro rodeo o sorteado diferentes desniveles, lo natural es tener también la certeza de que todos nuestros pasos han sido plenamente necesarios para llegar hasta donde estamos y al tiempo llevarnos aún más lejos.
Suele decirse que meta y camino son lo mismo y que no hace falta correr hacía ninguna parte. Tampoco importa el destino, sino que lo importante es el viaje. Quizá sí, o puede que también se haga necesario plantearse alguna meta, un destino mejor en nuestro discurrir por la vida, porque a menudo suele ocurrir que sentimos pasar nuestra vida por inercia, un somero discurrir cruzando un puentecillo trás otro sin más, anestesiados por la rutina y su desencanto. Un viaje al fin y al cabo pero sin interés alguno por la nula inquietud de sorprenderse ante lo que siempre espera a la otra orilla. Y es esa falta de inquietud, esa apatía la que nos anula el siempre anhelante proyecto de ser un poquito más felices que ayer o que antesdeayer.
Si de verdad, en nuestro interior, habita un arquitecto sublime capaz de levantar de un día para otro puentes para cruzarnos a diferentes orillas y seguir nuestra senda vital, creo que debemos darle los materiales necesarios para que sean sólidos, de piedra robusta y con buena argamasa, y no colgantes que pueden hacernos perder el equilibrio por su inestabilidad o en el peor de los casos inexistentes dejando únicamente delante un precipicio.
Esos materiales serán, entonces, fe en nosotros mismos, conocimiento pleno de nuestras capacidades, curiosidad, voluntad, ilusión, sentido del humor, esperanza, pero sobre todo un sentido auténtico de agradecimiento por tener días por delante para vivir. El regalo que siempre nos espera a la otra orilla del puente...
Y, si es así, debemos entonces creer que el puente que cruzamos es, efectivamente, sólido,con buenos materiales, no proclive a romperse a nuestro paso y hacernos caer a un precipicio o a una turbulenta corriente de un río.
Pilar Martinez Fernandez ( Junio 2010)