lunes, 12 de septiembre de 2011
El baile de la vida
Muchas veces me he figurado que la vida, en cierto modo, es como un baile, o mejor dicho, como un enorme salón de baile y que nosotros somos bailarines, danzantes al son y al compás de una melodía cambiante, a ratos más rápida, otros más lenta. Y cada vez que he pensando en ello ha sido porque de algún modo he experimentado la desazonante sensación de ir descompasada, como si perdiera el paso o me quedara en un estado de impasse. Esto no deja de ser curioso porque si se piensa, en definitiva, todo se termine reduciendo al complejo hecho de tener que aprender a bailar para movernos por la vida.
Pensemos pues en ello. Yo os pregunto: ¿ Os habéis propuesto en alguna ocasión aprender a bailar?. Quizá sí, ¿ verdad?. Ahora que están tan de moda los bailes de salón, los ritmos latinos y demás, hay muchas personas que dedican un poco de su tiempo a esta cuestión. Algunos de vosotros puede que lo hayáis intentado, otros quizá digan eso de que no aprendieron nunca a bailar porque no tienen sentido del ritmo, pero quienes lo habéis intentado e incluso logrado, seguro que experimentasteis esa sensación algo patosa de moveros descoordinados, como si el ritmo y la música fueran por un lado y nuestro cuerpo por otro. Luego eso va cambiando paulatinamente, va surgiendo cierta sintonía entre cuerpo, pies y música y es cuando se empieza a disfrutar del baile.
Yo recuerdo que cuando me decidí a aprender a bailar jotas castellanas, mi principal problema era que siempre giraba al sentido contrario, esa pequeña dislexia para distinguir la derecha y la izquierda me la jugaba constantemente, pero lo peor no era el giro mal dado sino lo que hacía después; pararme en seco sin saber cómo continuar. Me bloqueaba de tal manera que no era capaz de volverme a enganchar al baile y para cuando me decidía a hacerlo, encima seguía mal porque ya caía en cierto desaliento.
Después de varios fracasos de ese calibre, la profesora decidió contarme un pequeño truco: - Tú aunque te equivoques, sigue saltando, sigue moviéndote, ¡ no te pares¡, si te paras es cuando de verdad se nota el fallo.
Yo recuerdo que pensé al principio: ¡ Pero cómo voy a seguir moviéndome¡, ¿ hacia donde si ya voy en sentido contrario?. Se me notará aún más...
Pero resultó que tenía razón la profesora. No era en sí tan nefasto el equivocarme de lado o de paso, sino el hecho de quedarme parada y a la deriva. un giro en sentido contrario se subsanaba con unos pocos pasos para sincronizarme con el de al lado e ir a la par, y si se daba un paso cambiado, enseguida , al seguir saltando limpiaba ese mal efecto en cuestión de un segundo para enlazar con el paso correcto.
Fue a partir de este descubrimiento cuando comencé a tener menos miedo a equivocarme y a disfrutar bailando, como bien decía al principio.
En la vida, si extrapolamos esta lógica en lo cotidiano y en aquello que debemos afrontar mientras vivimos, es fácil darse cuenta de que no hay nada peor que quedarse quieto y frenar cuando hay algo discordante que nos confunde, o en el caso aún más delirante, cuando somos nosotros quienes provocamos esa discordancia.
Si imaginamos, efectivamente, que pasamos toda la vida intentando llevar un ritmo y un compás de vida en el enorme salón de baile que es la propia existencia, podemos igualmente imaginar que en algún momento la melodía nos va a pillar con el paso cambiado o que nos guste más seguir un ritmo mejor que otro, o que incluso otros nos cojan de la mano para bailar en pareja. Y siendo esto así, metafóricamente hablando, ¿ Cuál debe ser pues nuestra postura vital?.
Personalmente, como bien empezaba esta reflexión, puedo deciros que muchas veces he tenido la sensación de moverme por moverme, y esto quizá tampoco fuera del todo bueno ni malo, pero la vida ofrece momentos de tan diferente índole que el problema de caer en ciertas inercias es que terminas por no disfrutar plenamente de los pequeños ritmos, es decir de las pequeñas cosas, y del mismo modo tampoco estás preparado para los cambios porque al trastocar tus ritmos rutinarios, no te sale con naturalidad ni los giros ni los quiebros. Con el tiempo, y gracias a que me propuse aprender a bailar jotas castellanas, he comprendido que mientras se aprende es lícito confundirse y hacerse un lío con los pasos, pero del mismo modo es necesario adaptarse al ritmo, intentar encontrar la sintonía sin detenerse hasta conseguir hacer del vaivén una equilibrada danza en nuestra existencia.
Dicho esto, creo queridos lectores, que os toca a vosotros pensar cuál es vuestro ritmo y vuestros handicaps en el baile de la vida. Si tenéis siempre ganas de bailar, si creéis que sintonizáis con la melodía que escuchaís, si formas un bonito grupo de baile, si con tu pareja hay sincronización, si disfrutas del baile, o si quizás os negáis oportunidades, aprendizajes o os empeñáis en quedaros parados sumergidos en un silencio interior. Y puedo afinaros aún más; a lo mejor tambien sentís que durante un largo tiempo vivís balanceándoos al ritmo de un determinado compás de vida pensando que no hay otro ritmo ni otras melodías posibles, acomodados en ello. También podéis empeñaros en ir por libre, sin estructuras ni pasos, girando y moviéndoos hacía donde os pide el cuerpo sin tener en cuenta lo que suena a vuestro alrededor....son tantas las posturas vitales a las que el hombre puede someterse frente al baile existencial que incluso puede ocurrir que sea una mezcla de varias.
Desde luego y resumiendo esta íntima reflexión, lo que sí puedo afirmar y os deseo trasmitir es que el baile de la vida puede ser desconcertante pero siempre tiene un fondo bonito, abierto a la dicha, a las alegrías, a las emociones...y cuando se siente el compás con la vida todo adquiere tal sentido que la esperanza lo envuelve todo de color y brillantez.
El salón de baile siempre esta ahí para nosotros, es una constante que nos invita a danzar en ella, pero lo importante es comprender que mientras exista el latido en nuestra existencia, hay que moverse, bien para seguir en sintonía con la melodía de la vida que nos toque o bien para intentar retomar el compás cuando lo perdemos.
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Pilar Martinez.
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