Cada
fin de semana acostumbro a tomar una carretera que bien puedo decir que casi
conozco en cada uno de sus tramos con detalle. Pero hay uno en particular que desde
el primer día me llama la atención de una manera especial. Después de una larga
recta, hay una curva muy abierta que
rodea un pequeño monte y al final, como si de nuevo se abriera el
paisaje hacía el horizonte al que me dirijo, aparece en la lontananza la figura
erguida de un árbol, un único árbol en el centro de la mediana de la
carretera. Al principio lo ves pequeño
pero a medida que te vas acercando, comienza a ser majestuoso, un enorme pino
equilibrado y solitario allí en medio.
Cuando estoy a su altura siempre tengo el
mismo pensamiento, ¡Qué hermoso es ¡, y qué lugar tan privilegiado ocupa, viendo
pasar multitud de vehículos viajeros así
llueva, sople el viento, nieve o luzca
el sol en un hermoso cielo despejado…Y, siempre me hago la misma pregunta: ¿ Cómo es
que ha conseguido mantenerse allí él
solo, sin que lo talaran, sin que parezca que nadie lo pode ni lo cuide?.
A
medida que me alejo de su majestuosidad, lo miro perderse en la lejanía a
través del espejo retrovisor como quien
quiere mantenerlo el mayor tiempo visible en su retina, o como si de alguna manera quisiera que me
siguiera allí donde voy.
Es una ilusión óptica que me gusta creer a
sabiendas de que, los árboles, permanecen arraigados al lugar del que brotan,
aventurados a la suerte de una naturaleza que más a menudo de lo que debería
ser, se ve alterada por la mano del hombre, una mano que arranca lo que le
estorba para implantar otra cosa; un edificio, un polígono o una carretera.
Quizá
por eso me llama tanto la atención ese árbol en medio de la carretera, porque
al final siempre termino pensando que, en otro tiempo, allí debió haber un
pinar, muchos más árboles como ese pino e igualmente inmensos, un lugar en
medio de esa orografía a medio camino entre Valladolid y Segovia donde la
naturaleza quiso manifestarse para mantener su equilibrio.
Pero
solo ha quedado él, ese pino único y altísimo, pienso también al final, allí en solitario, desafiando al tiempo con el
permiso del hombre, porque no dejo de llegar a la conclusión de que, por alguna
razón, cuando esa carretera se proyectó,
se decidió no talarlo y dejarlo allí, igual que un faro asomando
soberbio entre el repecho de la calzada,
a lo mejor como un punto de referencia, o como una singularidad que apreciar en
el paisaje.
Y
pensándolo aún más, a mi hasta se me antoja como un ejemplo una vez más de lo
interesante que puede ser ir más allá de la singularidad, porque entre tantos y
tantos pinos que pudo tener a su lado mi árbol en medio de la carretera, solo
él resultó ser el indultado de la masiva tala. Quizá puro azar o pura elección
de la naturaleza misma que decidió dotarlo de más belleza.
O Puede
que el mismo árbol luchara, del modo que un árbol puede hacerlo allí donde se
arraiga, por sobrevivir y ser más fuerte que los demás y así cumplir con un
destino diferente.
Soy muy
romántica para ciertas cosas, y en este sentido, quiero pensar en esta última
posibilidad porque cuanto más lo observo en cada viaje, más llego a la
conclusión de que ese hermoso pino siempre se alzó diferente para ser especial
en ese lugar.
Algo
así bien puede sucedernos a nosotros; nacemos, crecemos y luego nos
sociabilizamos en un determinado lugar, sin embargo, cuando vivimos aglutinados
en un determinado espacio social, es tal la vorágine a la que nos sometemos
que, en ese empeño de ser iguales, nos olvidamos de esas singularidades que nos
hacen diferentes unos de otros y que, lejos de servir para marginar, deberían
servir para hacernos valedores de nosotros mismos ante las inclemencias de la
vida, o mejor dicho, de sus contrariedades.
Nosotros
nacemos distintos unos de otros y también podemos estar expuestos a talas
masivas para quitar y poner otra cosa, sin embargo si nos ha preocupado más
siempre seguir en la inercia del ambiente en el que nos sociabilizamos en lugar
de cultivarnos y fortalecernos de manera interior en nuestra singularidad, puede ocurrir que nos talen sin miramientos y
sin tener otra opción que desaparecer en lugar de encontrar otro destino en el
que proyectarse y continuar.
A
veces, es cierto que la suerte es un factor a tener en cuenta, no basta una
férrea voluntad, la vida también tiene sus contrapuntos ajenos a nuestros
esfuerzos, pero ante lo que no sabemos, ante aquello que nos parece incierto, lo
único que tenemos es , precisamente, nuestros talentos y, efectivamente, nuestra singularidad.
En definitiva y lo importante es intentar ser fuerte, ser singular en lo que te hace
diferente a otro y para lo que has sido creado,
y no uno más en la pluralidad de unas tendencias que, por lo general,
aglutinan de un modo impersonal y masificado y te hacen débil, vulnerable, pero
sobre todo, muy dependiente.
Todo
esto , ya lo veis, es lo que pienso cada vez que paso por ese tramo de
carretera y veo al enorme pino a través del parabrisas de mi coche, un hito para mí en la carretera y que siempre
hace un poco más agradable mi rutinario viaje. No me digáis que no es un hermoso destino para un árbol que pudo
suponer en un principio todo un obstáculo…
Pues
ese matiz en la autovía Valladolid-Segovia, de manera figurada puede ser igualmente parecido al de algunas personas
que por elección o por casualidad, hacen
que su diferencia les haga sobrevivir mejor a las diferentes talas que la
caprichosa sociedad nos somete.
Así pues, busquemos nuestra singularidad, sin
duda nos hará ante la adversidad mucho más fuertes, capaces, pero sobre
todo…útiles.
Pilar
Martinez Fernandez.