sábado, 18 de abril de 2009

Pasión Vallisoletana







Reportaje publicado en la revista Turyvin http://www.turyvin.es/

Pasión vallisoletana

Cuenta una leyenda que a Gregorio Fernández, el gran imaginero castellano, le sucedió algo singular cuándo terminó la escultura “ El Cristo atado a la Columna”; mirando hacía el Cristo, éste le preguntó: - ¿ Dónde me viste que tan bien me retrataste?, a lo que el escultor respondió: - En mi corazón, Señor.

Ciertamente, la imagenería castellana si algo tiene es un realismo espiritual sobrecogedor. Contemplar las imágenes que representan la Pasión de Cristo en las procesiones castellanas, es ver sin mucho esfuerzo la personificación de todos y cada una de las estaciones dolorosas que soportó en carne propia Jesucristo. La resignación, la pena, el sufrimiento, el dolor, el desaliento, la extenuación y, naturalmente, la muerte. No es extraño pues que, aquellos escultores que tuvieron el encargo de representar la Pasión de Cristo a partir de simple y sencilla madera, sintieran en cierto modo en su interior una luz divina e inspiradora que les llevara a crear lo que, para los creyentes e incluso para los no creyentes, debía ser la imagen artística y espiritual del hijo de Dios.

Cabe pues detenerse en la Semana Santa vallisoletana como un claro ejemplo de esa simbiosis casi perfecta entre imagen y espiritualidad.
No es la única que posee imágenes conmovedoras de la Pasión en Castilla y León, como tampoco es la única que goza de una calidad artística en sus tallas. Ciudades como Zamora, Salamanca, Palencia o León, o mismamente poblaciones como Medina de Rioseco o Sahagún de Campos, también cuentan con procesiones y pasos de gran calado artístico y monumental. Sin embargo, sí puede decirse que, Valladolid, en su solemne manera de representar la Semana Santa, reúne el mayor número de pasos procesionales, hasta un total de 52, entre los cuales pueden verse desde Vírgenes como la Veracruz, la Quinta Angustia o La piedad, hasta la figura de Jesucristo en todos y cada uno de los episodios tristes de su Pasión y Muerte, representados en un total de 32 procesiones por las céntricas calles de la ciudad, siendo la más importante y la que obtiene la catalogación de “ interés turístico internacional” la de Viernes Santo, conocida como “ Procesión General de la Sagrada Pasión del Redentor”, en la que se procesionan un total de 32 pasos y dónde salen todas las cofradías.

La sobriedad y seriedad, así como el silencio, sobrecoge a propios y a extraños en las procesiones vallisoletanas. Una atmósfera de fervor flota en el ambiente. Los sentidos se agudizan; la vista busca la imagen entre las largas hileras de cofrades. El oído escucha las cornetas y tambores anunciando la inminente llegada del paso mientras que el olfato enseguida detecta el sutil olor a incienso y a flores. Todo se conjuga para sorprender al que contempla, al que espera que llegue a su altura esa figura o figuras monumentales y poder verlo todo más de cerca, con más detalle. Miradas, expresiones, proporcionalidad, realismo...

El rigor castellano a la hora de proyectar su sentir durante las procesiones de Semana Santa sigue la línea que le marca su propio carácter, algo que contrasta en cierto modo con la Semana Santa andaluza, pero no por ello renuncia a la exaltación de la fe. El sentimiento va más por dentro, más en la intimidad aunque todo es poco a la hora de adornar las carrozas con lechos de flores, lirios, claveles, sobre todo rojos y blancos, gladiolos...además de darles la iluminación precisa y estudiada para realzar las imágenes en la noche.

En andas

Durante algún tiempo, en Valladolid se impuso llevar los pasos sobre carrozas con ruedas al reducirse de manera considerable el número de cofrades. Hoy, poco a poco se va recuperando la tradicional manera de llevar los pasos en andas, sobre todo en procesiones nocturnas.
Concretamente en la procesión de El Encuentro del Martes Santo, con la Virgen de las Angustias llegando por un lado y el Cristo camino del Calvario por otro, el efecto óptico que produce verlos llegar y caminar luego a la par el uno junto al otro, dota a la procesión de un realismo tan singular y a la vez tan emotivo que, quiénes abarrotan la Plaza Santa Cruz para ver ese teatralizado encuentro a hombros de los cofrades, quedan sobrecogidos y conmovidos con lo que ven.
Parecieran caminar entre la muchedumbre hacía un lugar figurado en el que, finalmente, Madre e Hijo tendrán que separarse de nuevo.


Con faroles y velas

Tampoco se renuncia a lo que bien podríamos llamar la luz tenue y esperanzadora de la Semana Santa.
Con orfebrería y metales nobles escrupulosamente trabajados, las procesiones nocturnas logran tener esa iluminación necesaria para conseguir si cabe aún mayor recogimiento y sobriedad. Las carrozas se franquean por los cuatro costados de farolillos con velas encendidas o bombillas mientras que los cofrades y manolas portan en sus hachones un pequeño cirio que procuran mantener siempre encendido durante todo el recorrido de la procesión como “ hermanos de la luz” que son mientras caminan a la vera de sus pasos titulares.

Cornetas y tambores

Situados casi siempre en los primeros tramos de la procesión y de sus respectivas cofradías, la banda de cornetas y tambores va anunciando lo que está por llegar. A su paso hacen vibrar y casi ensordecer a la concurrencia con sus redobles y sones. Son también quienes marcan el paso a los cofrades mientras procesionan. Pasos largos pero pausados, simulando un pequeño vaivén en el caminar para dar más solemnidad al acto.
Tanto para la percusión como para tocar la corneta, no se precisan estudios musicales. Sí se precisa, en cambio, un exhaustivo aprendizaje que necesita de muchos ensayos. Nada más terminar la Semana Santa, las bandas de las cofradías empiezan de nuevo sus ensayos para perfeccionarse y hacerlo aún mejor al año siguiente. Como ejemplo, sirva el de la banda de la cofradía de El Cristo de la Preciosísima Sangre de la iglesia vallisoletana de La Antigua. Sus componentes ensayan todos los días del año de lunes a viernes. Sin duda todo un sacrificio y constancia alimentado por el más encomiable fervor. Por eso, cuándo alguna procesión se suspende por la climatología, como ha sucedido varios años con la procesión General de Viernes Santo, la más esperada y especial para los cofrades vallisoletanos, la pena y hasta las lágrimas afloran por tanto trabajo y sacrificio que no puede ser manifestado ni ofrecido. Todo les parece que ha sido en vano, pero aún así, en cuánto todo acaba, se continúa. La ilusión renace de nuevo para la siguiente Semana Santa.

Capuchones y manolas

Pertenecer a una hermandad es en muchos casos, además de un acto de fe, una tradición familiar que suele aglutinar varias generaciones. La condición previa e ineludible para ser cofrade es estar bautizado. Posteriormente se hace el acto de imposición de la medalla que suele hacerse después de que la Junta de Gobierno de la Cofradía aprueba la solicitud de ingreso. Se hace efectivo ese ingreso en el trascurso de una ceremonia litúrgica dónde además de imponer la medalla como cofrade o como hermanas de devoción ( manolas), se inscriben en el libro de cofrades o hermanos.
En Valladolid hay un total de 19 cofradías. Las primeras fueron las conocidas como “ históricas”: Vera Cruz, Angustias, Piedad, Sagrada Pasión y Jesús Nazareno, que nacieron de los conventos dónde inicialmente se comenzaron a celebrar las primeras procesiones. Ya en el siglo XV empezarían a salir por las calles vallisoletanas fundándose seguidamente en los siglos posteriores todas las demás.

En Castilla y León, esta última Semana Santa se dice que han salido en procesión 100.000 cofrades, de los cuales 25.000 pertenecen a la capital castellano leonesa, Valladolid.
Cuando una ciudad aglutina tantos “ capuchones” y “ manolas” de tan diferentes edades cabe preguntarse qué es lo que hace posible tanta implicación en algo de carácter religioso en unos tiempos dónde precisamente el laicismo, el agnosticismo e incluso la apostasía se está haciendo sentir en la sociedad. De igual manera, cabe preguntarse qué es lo que hace que la Semana Santa en general, y la vallisoletana en particular, se siga promocionando y proyectando cada año y congregando a tanta gente para ver sus procesiones.
Para algunos, sólo es una cuestión de tradición. Para otros, una costumbre. Para los que lo ven con escepticismo, una manifestación cultural muy bien adornada con el arte que, turísticamente, ofrece interés, negocio y beneficios.
Para muchos cofrades, es sinónimo de promesa, de penitencia, de compromiso cristiano, en definitiva, de pura y efervescente fe.
Quizá tener en Valladolid esas bellas imágenes nacidas del corazón mismo de sus imagineros castellanos, es lo que realmente hace posible que tantos cofrades “ capuchones” y “ manolas” quieran acompañarlas.
Lo que no cabe ninguna duda es que, ese retrato que vio Gregorio Fernández en su corazón del hijo de Dios, puede verse en la Pasión vallisoletana. Mirar cada uno de esos retratos, es ver rostros que invitan al silencio, el mejor modo, según dicen los cristianos de escuchar a Dios y de ser escuchados.
Sea como fuere, vale la pena contemplar esas miradas y dejarse embriagar por el silencio. Como bien se dice, en el silencio medita el sabio y, ciertamente, nunca se sabe qué podemos terminar descubriendo. Cabe la posibilidad de ver algo más junto a la sublime manifestación artística popular y religiosa.


Texto y reportaje gráfico: Pilar Martinez Fernandez.

Abril 2009.









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