Muchos son los pueblos que, entre su más enraizada tradición y cultura popular, guardan en la memoria y con orgullo leyendas de batallas y gallardías que, además de ennoblecerles, dejaron su impronta en el acontecer de la historia.
A medio camino entre lo heroico y lo legendario, cuentan que a escasos kilómetros de Valladolid, en un altozano a orillas del rio Pisuerga, una villa decidió poner fin a una injusticia con determinación y valentía.
De lo que allí aconteció, la mujer tuvo relevante importancia pues fue su rebeldía en aras de su honor la que afloró en contra del acatamiento y sumisión que por su condición se le exigía.
Es, por tanto, de rigor y justicia conocer lo que ennobleció a este pueblo y lo que le llevó a llamarse como se llama, pues no es casualidad dicho nombre ni un simple juego de palabras, sino consecuencia de unos hechos que por sus mujeres y a ultranza, dio en llamarse...Simancas.
La Leyenda de “ Las siete doncellas de Simancas”
Posteriormente, ya en el 939, 6 de agosto para más reseña en el acontecer de la historia, se libraría la famosa batalla " Del barranco".
Nada obtuvieron los reyes y caudillos moros a partir de aquello, ni doncellas ni tributo. De Simancas salieron huyendo con sus tropas, dicen que hacía Zamora, más nunca olvidaron los moros que, en Bureva, tanto les humillarán.Cuenta la tradición que, las doncellas cristianas, a sus casas no regresaron. En un convento de monjas, mancas y vírgenes quedaron.De esta historia curiosa y ejemplar, Bureva, el pueblo de las Siete Mancas, su nombre por el de Simancas cambió y esta coplilla salió:
Huellas de la leyenda
Simancas, después de lo contado, es un lugar en el que vale la pena hacer parada y fonda. No debemos conformarnos con la estampa que ofrece al viajero desde la carretera, es casi obligado llegar a los pies de su castillo y caminar siguiendo las huellas que ya desde la propia calzada podemos ver marcadas para guiarnos y revelarnos paso a paso lo que, a pesar de tantos años transcurridos, perdura de su leyenda.
Siete manos blancas, puras como lo fueron las siete doncellas de Simancas, nos inician en un recorrido por las calles de una villa que conserva un sabor medieval castellano muy singular.
Calles empedradas y estrechas bajo las almenas y torres vigía del castillo, hoy archivo nacional histórico, nos llevan a imaginar sin mucho esfuerzo el pulso y sentir de un pueblo que no sólo tuvo el coraje de defenderse de la caprichosa e indolente política mora, sino también de conservar su propia identidad y carácter.
Todo en Simancas recuerda a “ sus mancas y su valiente arrojo: un monolito en relieve con un epitafio en letras doradas. Escudos de la villa por doquier con siete manos como emblema principal. Un templete sostenido por siete columnas de piedra y, como no, un puente romano peinando el río Pisuerga con sus ojos ojivales de piedra desde el cual es fácil recrear ese paso firme y decidido de los caballeros cristianos al frente del Rey Ramiro cruzándolo para defender el honor de “ sus doncellas”.
No obstante, no todas las huellas son visibles. A menudo son las propias gentes quienes mejor pueden ilustrarnos de los secretos a voces que guarda un lugar, pero no es menos cierto que, también a veces, la propia indiferencia de algunos de los que pueblan un lugar, o quizá la inconsciencia, pueden borrar para siempre lo que bien hubieran podido conservar e ilustrar su bagaje histórico.
En viejas guías aparece una fuente homenaje al labrador con siete grifos simulando siete manos. Es tarea inútil buscar esta fuente en el lugar que se asentaba, un espacio privilegiado en medio de la Plaza Mayor junto al templete. Hay ocasiones en las que, las remodelaciones y restauraciones, trastean y anulan significativos emblemas en aras de lo funcional sin tener en cuenta no sólo el valor de lo añejo, sino lo que enriquece y nutre a la propia identidad del lugar. Esta fuente, por alguna razón, a quienes proyectaron la remodelación de la Plaza Mayor, les estorbaba y decidieron quitarla, eliminando un elemento cuándo menos interesante y curioso pues además de la peculiaridad de sus grifos recordando la leyenda, estéticamente era digna de contemplar por sus escalonadas piletas por las que discurría el agua hasta culminar, como no podía ser menos tratándose de un homenaje al labrador, de un arado forjado en hierro.
Pero de lo perdido, ya no hay remedio. En Simancas, sólo alguna foto de “ La Fuente del Labrador” puede completar la búsqueda de esas huellas que recuerdan la leyenda además, naturalmente, del testimonio de la gente del propio pueblo.
Otros vestigios visibles
Aunque todo parece apuntar como hecho más relevante cuánto aconteció de la leyenda, lo cierto es que Simancas conserva otros vestigios más remotos.
A escasa distancia del núcleo poblacional se encuentra El sepulcro colectivo de Corredor de Los Zumacales, un fenómeno megalítico enclavado en lo que se hace llamar el Valle Medio del Duero y en el cual se encontró un dolmen de aquellos tiempos prehistóricos.
Del mismo modo cabe también tener en cuenta que, Simancas, quizá por su estratégica situación a modo de minarete de la vega del rio Pisuerga, fue lugar escogido como asentamiento por los vacceos, los romanos y los musulmanes, condición y circunstancia que, inevitablemente, dejó sus marcas y rastros que, en su conjunto, dotan a esta villa de un impresionante interés cultural, histórico e incluso popular.
Tambien cuentan que...
...Simancas, tiene horadadas sus entrañas y que, en tiempo de la ocupación mora, existía un pasadizo que recorría enteramente Simancas desde el foso del castillo hasta el mismo río y que servía de conducto y vía de escape en tiempos de la ocupación musulmana.
Los viejos del lugar aseguran la existencia de ese pasadizo conocido por “ La cueva de la mora”. Hoy es difícil hallar ese corredor íntegramente pues, Simancas, también se caracteriza por las bodegas subterráneas que albergan muchas casas y existen infinidad de puertas que franquean aquello que, en origen, fue dicho conducto hacía el río desde el castillo, pero de la leyenda dan fe y toma su nombre los propietarios del Pub “ La cueva de la mora”, un lugar de encuentro y de música en directo en un marco incomparable pues, no sólo el local está decorado con gusto y es acogedor, sino que además ofrece la posibilidad de disfrutar de una copa o un buen vino en un lugar, quizá único en España, pues puede decir sin presunción ni mentira que tiene un castillo en su terraza.
Así es como se invita al visitante si leemos un letrero al principio de la empinada Calle del Archivo dónde se encuentra ubicado este pub : “ Tenemos un castillo en la terraza”. Y es que, con sólo levantar la vista, el impresionante castillo irrumpe presidiendo la más inmediata panorámica, haciéndonos una vez más participe de lo singular que ofrece esta villa si nos detenemos a mirarla.
Recomendable, desde luego, acercarse hasta este pub para conocer de primera mano otra pequeña leyenda que se cuenta en Simancas además de pasar un buen rato en un local pintoresco y con buena música.
Siete “ síes” en Simancas.
Así pues, y si es menester del viajero, parar en Simancas, siete “ síes” es de rigor recomendar además de empaparse de la leyenda de sus siete doncellas mancas y seguir sus huellas.
El primero, su castillo medieval, más con porte de palacio que fortaleza militar casi tocando ese inmenso cielo azul que acostumbra a verse en Castilla cuándo el tiempo es de bonanza.
Alberga el archivo histórico nacional motivo que impide entrar en su interior y visitarlo pues sólo se permite la entrada a investigadores e historiadores acreditados, pero aún así, merece la pena llegar hasta sus puertas para, comprobar in situ, su imponente envergadura.
El segundo, el “ hospital”; un modesto edificio del siglo XVI que se fundó para recoger y curar a pobres, forasteros y huérfanos de la Villa y que cerró sus puestas en el año 1840. En su fachada se pueden ver sendos escudos: uno el de la villa y otro el emblema de “ El divino pastor”.
El tercer “ sí”, para la Iglesia de San Salvador, un templo abierto no sólo para la oración y el culto sino también para descubrir pequeñas joyas religiosas y litúrgicas guardadas bajo la penumbra y el olor a incienso de sus muros de piedra.
El cuarto, el rollo jurisdiccional; un pequeño monolito que descubrimos tras caminar por estrechas callejuelas hasta una balconada abierta a la inmensa panorámica que ofrece la ribera del Pisuerga. Este mojón recuerda los litigios que también el pueblo mantuvo por su jurisdicción y de la cuál le eximió definitivamente Felipe II.
El quinto “ sí”, viene acompañado de un profundo río; El Puente Medieval cruzando el Pisuerga de una a otra orilla.
Llegar hasta su pasarela de piedra y verlo tan robusto, inevitablemente lleva a preguntarse cómo ha podido resistir el paso del tiempo, siendo como ha sido hasta hace bien poco, paso casi obligado de tráfico rodado para quienes llegaban al pueblo por El Camino Viejo de Simancas, como se conoce por allí a la otra carretera que lleva a Valladolid.
El sexto y séptimo “sí”, han de venir unidos casi como colofón a todo un derroche de historia al tiempo que se busca, si el estómago y la sed lo pide, un lugar dónde dar gusto al buen yantar y al buen beber. Varios son los restaurantes y mesones que salpican Simancas, pero no es menos cierto que llegar a la Plaza Mayor es sin ninguna duda encontrarlo definitivamente todo para dar por bien cumplida la visita a la Villa.
Restaurantes y bares nos esperan junto al Ayuntamiento, un edificio de corte neoclásico con soportales y escudo real que mira de soslayo a un templete sostenido por siete columnas de piedra y que ha sido y lo seguirá siendo gracias a que no ha sucumbido por fortuna a la vil piqueta, testigo y cómplice de fiestas y tradiciones que al uso se celebran el 6 de agosto con la recreación del requerimiento de la siete doncellas y en la semana del 8 de septiembre en honor a Nuestra Señora del Arrabal con encierros, capeas y bailes.
Asi pues, caminante y viajero, si usted llega hasta esta villa desde el Sur, desde el Norte, Este u Oeste o desde el extranjero, dígale “ Sí” a Simancas, pues de aquello que dijo Abderraman II, “ Si mancas me las dais, mancas no las quiero”, surgió la leyenda que dio gloria y honor a este pueblo en aquel tiempo.
Pero no duden vuestras mercedes que, la gloria perdura en el tiempo en la misma medida que la conocemos, recordamos y, por supuesto, la conservamos. La leyenda de un pueblo y de sus siete doncellas mancas, después de lo contado, en nuestras manos, y nunca mejor dicho, queda.
Texto y narración:
Pilar Martinez Fernandez.
Reportaje gráfico:
Ángel Gomez
Fotografía Villagrá ( foto de la Fuente del Labrador).
Agradecimientos:
Oficina de Turismo de Simancas
Elena Hernandez de la Iglesia ( guía de la oficina municipal de turismo de Simancas).
Pub “ La Cueva de la Mora”.
Aclaraciones y puntualizaciones al articulo: