( Publicado en Revista Iglesia en Almodovar Nº 238 )
Becquer, en una de sus rimas decía: “ Por una mirada, un mundo; por una sonrisa, un cielo, por un beso...¡ Yo no sé que te diera, por un beso¡.
He querido recordar esta rima a propósito. Sé que a Bécquer le inspiró esta rima ese profundo amor que le manaba del corazón y que por otra parte tanto anhelaba dar a alguien, de tal manera que todo lo elevaba a una infinitud tan inabarcable como inagotable. A mí, sin embargo, esta rima me inspira algo más. Me sugestiona poéticamente sobre algo que está en cada uno de nosotros; la sutil belleza de una sonrisa.
Me ocurría unas horas antes de escribir estas líneas, una situación de esas que suelen ocurrir más de una vez pero que por alguna razón, hay momentos en los que te resulta simpática o digna de mención. En un banco de la iglesia de mi barrio durante una misa, junto a sus padres, estaba sentada una niña de unos tres años. Balanceaba sus piernecitas que no le llegaban al suelo, jugueteando con esa inercia que se produce cuando hay un espacio amplio para dar rienda al movimiento. La niña tenía un aspecto infantil de esos que te llaman la atención. Dos coletas respingonas de pelo negro azabache y unos ojos igualmente negros y grandes, se diría que inocentes pero al tiempo muy curiosos e inquietos. De pronto, como si hubiera intuido que la estaba observando, dejó de balancear sus piernas, giró su cuerpecillo y me miró fijamente. Al instante siguiente, me dedicó una sonrisa amplia, de esas que surgen espontáneamente. Yo le sonreí tambien, y ella, tímida, volvió a su juego de balanceo de piernas para luego volver a mirarme. Había captado mi atención y supongo que en su mente infantil, había también comenzado el peculiar juego de ahora te miro, ahora no te miro, y cada vez que la pillaba mirándome, ella volvía a sonreír al tiempo que se mordía el pulgar pícaramente y torcía su mirada para volver a tentarme. El juego duró unos cinco minutos, un tiempo en el que yo también fui una niña que miraba a otra niña y sonreía sin saber muy bien porqué sonreía. Sin embargo, he aquí lo hermoso de esta situación. Unas miradas y una sonrisas que sin tener ningún motivo ni pretexto, durante cinco minutos me permitieron ver el rostro amable de la vida, del ser humano y el bello poder que tiene la sonrisa. Para esa niña fue un juego inocente, para mí toda una metáfora. Cuando algo amable te ocurre, el modo en el que te mueves y donde te mueves, parece que, de repente, tuviera otros matices. Todo parece más alegre, con más brillos, con más color...y que duda cabe que tú, también, terminas integrándote en ese entorno con otro espíritu.
Por eso, entender a Bécquer cuando habla de una mirada y de una sonrisa, es tremendamente fácil. Su poesía se convierte en tu poesía. Una mirada, efectivamente, puede ser todo un mundo, toda una apertura a la vida que se tiene delante. Una sonrisa, un cielo despejado, con un radiante sol dando luz y calor que te hace ver todo con otra claridad.
¿ Por qué entonces no sonreímos más a menudo?, ¿ Por qué no miramos más allá de nosotros mismos?, ¿ Por qué solemos caer más en el enfado, en la acritud, en la irritabilidad que en la sonrisa cuando, en realidad, es nuestro modo de mirar el que muchas veces nos hace ver sólo lo feo o incluso verlo todo más feo de lo que realmente es?.
Los niños son capaces de sonreír con espontaneidad porque su inocencia criba la maldad, la desconfianza. También su mirada es diferente porque en su imperativo de crecer, hay una necesidad de aprender de su entorno. Ciertamente, no podemos ser eternamente niños aunque una parte de ese “ niño” interior, sí que debiera conservarse, pero sí que podemos depurar nuestra mirada, nuestro modo de ver la vida, y, por qué no, sonreír; sonreír más a menudo a quienes nos miran, a quienes nos hablan, a esa realidad que aunque no nos guste algunas veces, siempre puede mejorar si nuestra actitud ante ella es más de confianza que de vivir continuamente en la queja.
Admiro a esas personas capaces de sonreír ante la adversidad. Admiro a quienes miran con amplitud a pesar de sus miopías, a quienes giran la cabeza para mirar a su alrededor y lo hacen dispuestos a sorprenderse gratamente y sonreír.
Vivimos unos tiempos dónde el frenesí de nuestros quehaceres nos hace vivir tan deprisa que apenas nos damos tiempo para detenernos en lo que tenemos al lado y admirarlo.
Vivimos tan rutinariamente que terminamos perdiendo la costumbre de tomar iniciativas para seguir descubriéndonos, y lo que es aún más lamentable, actuamos tan mecánicamente muchas veces que, sonreír, llega a suponernos un esfuerzo añadido.
Realmente cuesta muy poco sonreír, unos cuantos músculos de nuestro rostro y una voluntad generosa.
Justamente, antes de acabar este escrito, una amiga me mandaba un e mail con unas fotos de niños muy divertidas donde era inevitable reirse. Lo curioso de esto, ha sido el modo de terminar ese mail:
“ si no envías esto a unos cuantos amigos, habrá menos gente riendo en este mundo”.
¿ Casualidad?, no lo creo. Más bien providencial, como suelen ser casi siempre todas aquellas cosas que, a modo de flash llegan hasta nosotros, nos sorprenden y vienen con pretensiones de enseñarnos algo.
Haré caso al mensaje y lo reenviaré a todos esos amigos a los que aprecio. Si como decía Bécquer, por una sonrisa, un cielo, cuanta más gente sonría, mejor y más cerca estará el cielo de este mundo en el que vívimos.
Pilar Martinez Fernandez.
Totalmente de acuerdo, una sonrisa hace tanto bien, igualmente al que la da como al que la recibe..sonriamos, cuesta tan poco,
ResponderEliminarun beso y una gran sonrisa para ti corazón-
Armonía