Quiero dedicar hoy un poco de espacio en esta bitacora personal en la que de vez en cuando dejo asomar mis pensamientos, a una persona; puedes ser tú, ¿ Por qué no?, no se trata de decir tu nombre ni de que aparezca aqui como una mención especial. No. Un nombre no hace a la persona, sólo es una nomenclatura que además de tí la llevan otras muchas más personas a las que decidieron llamarlas de la misma manera.
Sin embargo, sabrás que eres tú de quien hablo, porque cuando me pides que escriba algo nuevo, o me reprochas cariñosamente que escribo menos, lo haces bajo la secreta intención de llenarte por unos minutos, mientras lees, de todos esos matices en los que te hago pensar.
No voy a hacerte esperar más.
Imagina un lugar en el que solo puedes ver dos colores; azul y verde y que caminas en silencio, despacio, sin prisa, como quien no sabe hacía dónde se dirige pero se deja llevar por la intución.
De repente, una brisa repéntina con aroma a musgo te roza la cara. Levantas la vista y, allí estás: en medio de un largo pasillo con setos muy altos que, al mirar más allá, parecen terminar en otra enorme pared de setos, como si aquello no tuviera salida.
No lo piensas en ese momento, en la salida quiero decir. Piensas en cómo has llegado hasta allí, qué extraños pasos te han llevado a tan delirante situación. Pero, enseguida, te percatas también que de poco sirve pensar cómo estás allí, estás y eso...¡ayy¡, comienza a desesperarte, a instintivamente querer moverte, a no quedarte allí sin hacer absolutamente nada, a lo sumo piensas en que alguien pueda ayudarte, una mano amiga, tal vez alguien que te quiere....sin embargo, esas enormes y altas paredes verdes pareciendo rozar levemente el cielo, te hacen sentir tan insignificante allí en medio que, al final, decides seguirle el juego; comienzas a caminar y a caminar de un lado para otro, sin saber muy bien si avanzas o giras continuamente sobre el mismo centro. Pero, no puedes hacer otra cosa. Desconoces el rumbo, tampoco la orientación te funciona, únicamente caminas y caminas, a ratos con fatiga, otros con ansiedad, pero todo el tiempo siguiendo una inercia que te domina y que te empuja a seguir.
Después de un rato dentro del laberinto, comienzas a desesperarte realmente. Tiene tan poco sentido encontrarte allí, verdad? que la salida, la empiezas a intuir incierta, y encima, te rodea una silenciosa soledad.
Pero de pronto, el camino se ensancha, se hace más abierto el fondo verde con el que te has topado una y otra vez en ese laberinto. El cielo también empieza a asomar más en panorámico, como queriendo dejar ver más el horizonte....Síiiiiiii, estás en la salida, estás al final de la enorme encruciajada que has soportado. Y respiras profundamente, necesitas creer que dónde te encuentras, es el punto en el cual queda atrás todo lo sufrido. Lo es, claro que lo es. Todo se abre, hay claridad, un camino más definido, un horizonte más brillante...y tus pasos, más firmes, sabiendo, ahora sí, hacía dónde se dirigen.
Y, ¡ qué felicidad te inunda¡, la dificultad te ha hecho disfrutar plenamente de tu logro.
Pues así es la vida, querid@ amig@, a veces, durante un tiempo más o menos prolongado, un laberinto del que no vemos salida. Y ya lo ves, rendirse ante el laberinto, es vivir en una constante desesperación y bajo una inercia en la que no eres tú, sino un somero actor en una tragicomedia.
Así pues, sea cual sea el laberinto en el que te encuentres, ten la absoluta certeza que debes seguir moviéndote para que la salida, en algún pasillo termine abriéndose. No hay otra forma, y da igual si pasas por el mismo sitio dos veces, equivocarse también sirve para obligarte a rectificar. Lo importante es, primero, saber que se está en un laberinto, segundo, comenzar a caminar, y tercero, aceptar la desesperación para, finalmente, obligarse a encontrar la salida.
Ah...y otro detalle más que se me olvidaba mencionarte; todo laberinto, por muy largo, enrevesado o tremendamente encruzijado que sea, siempre, siempre, tiene una entrada y una salida.
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