Cuando era niña, recuerdo que una de mis profesoras, en las observaciones del boletín de notas puso lo siguiente: " es una alumna trabajadora y muy reflexiva". Aquellas palabras ignoro si se las puso a alguna compañera más de mi curso, pero a mi me calaron bastante porque era la primera vez que una persona adulta conseguía ver más allá de mi timidez por aquellos días. El modo que yo tenía de aprovechar esa falta de valentía para participar más en clase era, precisamente, escuchando y luego reflexionar para sacar mis propias conclusiones.
Con el tiempo, no terminas de vencer la timidez pero de alguna manera la capacidad de pensar para luego dar forma a tus principios te dota también de cierta seguridad y firmeza a la hora de enfrentarte a un intercambio de opiniones.
Siguiendo aquella buena costumbre de mi niñez, también ahora me detengo observar silenciosamente lo que se mueve a mi alrededor. Opinar, lo que se dice opinar, muchas veces evito hacerlo en voz alta, y no porque no esté segura de lo que pienso, sino más bien por el hecho de no enfangarme en diatribas que por lo general no conducen a nada, porque también con el tiempo me he dado cuenta de que hay gente a la que discutir le motiva, le divierte, de tal manera que aunque tú des uno y mil planteamientos razonables, se atragantan para decirte una y otra vez lo mismo sin escuchar en absoluto lo que tú está diciendo.
Para colmo, hay cierto perfil de " opinantes", que te repiten cuán loros parlantes lo que han oído como simples ecos, y con los ecos no se establece debate, pierden fuerza a medida que se repiten, sin embargo, la reflexión es otra cosa, es un tiempo muy preciso que se le dedica a comprender una idea, un suceso, una experiencia...
Algunas veces me gusta leer esas frases que otros pronunciaron, y no por lo verdaderas que puedan ser sino porque no deja de asombrarme la riqueza del ser humano cuando después de someterse al insondable mundo del pensamiento, consigue conjugar las mejores palabras para las más encontradas conclusiones.
Así por ejemplo, siempre me ha gustado esa frase de Pascal, " el corazón tiene razones que la razón no entiende"...un juego de palabras tan inteligente como veráz a la hora de contraponer los sentimientos y las emociones con el raciocinio y el pragmatismo.
No obstante, no hace mucho, al abrir el facebook y ver el espacio donde se puede poner lo que quieras haciendo la pregunta ¿ Qué estás pensando?, me quedé un rato desconcertada porque no estaba pensando absolutamente nada. Y eso fue, precisamente lo que puse en ese espacio en blanco: " no pienso en nada y eso empieza a precouparme
Esto finalmente resultó ser el detonante de estas líneas pues aunque fue una completa tontería lanzada al ciberespacio, tuvo su graciosa contestación por parte de una amiga de mi circulo de contactos: " no te preocupes mujer, de vez en cuando hay que dar a la mente su tiempo de relax".
Con toda su mejor intención, trató de soliviantar mi momento de pensamiento vacío, pero quizá porque no me expliqué mejor, no entendió realmente mi preocupación; no tener nada que decir en mi caso es peor que callar lo que me gustaría decir.
Y es que, en realidad, puede que no se consiga mucho cambiar el mundo o aquello que no nos gusta cuando nos detenemos a pensar, pero de algún modo no sentirse como una balsa a la deriva en lo que concierne al pensamiento te dota de una capacidad de decisión tan buena que ejercerla te hace sentir más persona porque para mí el pensamiento es una introspección en ese interior que absorbe todo lo que le llega del exterior.
Relajarse es un concepto, por el contrario, más para conseguir encontrar un equilibrio entre cuerpo y mente cuando hay sobrecargas no para abandonarse más a la carencia de ideas y pensamientos.
En fin...que pensar, siempre es bueno sobre todo si se hace de un modo inteligente, personal y honesto. Asi pues, aunque lo que pensemos sea erroneo, siempre será mejor que no pensar absolutamente nada, Hipatía de Alejandría pues..pensó muy acertadamente.
Pilar Martinez ( Octubre 2012)
lunes, 29 de octubre de 2012
martes, 23 de octubre de 2012
El castellano, bien presente mal que pese.
Pese a quién pese, y por mucho que se quiera comparar, no
existe lengua ni dialecto en el territorio español que esté tan presente como
el castellano.
No es ningún alarde de castellanismo, otra cosa es que lo
parezca para quienes lo ven como una amenaza en lugar de una lengua paterna a la que lingüísticamente tanto debieran
agradecerle, pero no lo es. Es una evidencia que se contrapone a los nuevos
aires de exclusión que azotan al castellano en Cataluña o en Baleares y que
obligan a poner ciertos puntos sobre ciertas íes, pues parece obviarse de dónde
nacen algunas cosas y cómo se sujetan.
Para empezar, toda lengua que se precie de serlo ha de ser
lo suficientemente intensa y completa como para poder ser traducida
literalmente sin necesidad de que coexista con otra para dotarle de semántica.
Del mismo modo, cabe esperar que se sostenga con vocablos propios, no con palabras de una lengua existente a las que se les ha
sometido a variaciones ortográficas tales como colocar acentos en otras sílabas
diferentes a las tónicas de origen, cambiar“ Z” por “ C”, “ J” por “Y” , entre
otros o mutilar determinados vocablos eliminando vocales. Estas variaciones y
alteraciones son propias de un dialecto,
rico o empobrecido, con mucho o poco bagaje cultural e histórico, pero no de
una lengua como tal como puede ser el inglés, el chino o el propio castellano,
donde cada una tiene su propia gramática, semántica y vocabulario.
Del catalán hay que decir que es una lengua pero en realidad
sólo lo es para quienes así quieren verlo. No soy una experta en tesis
lingüisticas pero entre el inglés y el catalán hay un abismo lingüistico,
mientras que entre el castellano y el catalán hay mucho cruce de caminos, o dicho de una manera más ilustrada aún, ramas de un único árbol.
Si de hablar se trata y no
en vano me he propuesto hablar claro sobre ello aún a riesgo de estar
equivocada, me he sometido a un curioso experimento con la página Web de la Generalitat de
Cataluña y su traductor automático on line.
Elegida la trascripción de castellano a catalá, escribí lo
siguiente:
“ Es facil, sencillo, simple, de poca importancia, una
sosería, algo vulgar pero tiene su encanto natural “. No me refería a nada
en concreto, simple palabrería, pero la traducción literal fue la siguiente: “
És facil, senzill, simple, de poca importància, una sosería, una mica vulgar però té el seu encant natural ”.
Otra
frase más sencilla: El arbol es grande pero está seco. Traducción literal: L'arbol
és gran però està sec.
A estas
dos frases, quitemosle la raíz del castellano y ¿ Qué les queda?.
Ni que
decir tiene que con las coletillas y los tacos castizos que habitualmente se
usan indistintamente en cualquier lugar de España, la cosa no pintó mejor con el traductor
catalán. Determinados insultos, tacos y frases hechas, no encontraron
acepción y fueron trascritos
literalmente. Otros, no obstante, consiguieron la transformación. Ejemplo
archisonado : “ coyons”, pero pocos más.
Por eso no deja de resultar un poco absurdo a mi juicio que se empeñen tanto en
excluir el castellano del ámbito público y cotidiano en Cataluña, en el País
Vasco e incluso en Galicia. Por mucha lengua propia que se diga tener, el
castellano más casto es un recurso ineludible y de difícil sustitución en
momentos de arrebato o para hacerse respetar. Y no lo es menos en aquellas
lenguas donde se demuestra una raíz y un
complemento más que considerable en su vocabulario. Así pues, el castellano y
su uso o desuso, no es una cuestión de libertades ni de igualdades a la hora de
expresarse en un determinado lugar en una lengua u otra, tampoco un obstáculo o
algo superfluo que deba excluirse para ponderar vanidades lingüisticas. Muy al
contrario de lo que en ciertos territorios se reconoce, sin el castellano y su
generosa raíz compartida, no existiría
el bilingüismo. Y eso es un hecho.
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