El castellano, bien presente mal que pese.
Pese a quién pese, y por mucho que se quiera comparar, no
existe lengua ni dialecto en el territorio español que esté tan presente como
el castellano.
No es ningún alarde de castellanismo, otra cosa es que lo
parezca para quienes lo ven como una amenaza en lugar de una lengua paterna a la que lingüísticamente tanto debieran
agradecerle, pero no lo es. Es una evidencia que se contrapone a los nuevos
aires de exclusión que azotan al castellano en Cataluña o en Baleares y que
obligan a poner ciertos puntos sobre ciertas íes, pues parece obviarse de dónde
nacen algunas cosas y cómo se sujetan.
Para empezar, toda lengua que se precie de serlo ha de ser
lo suficientemente intensa y completa como para poder ser traducida
literalmente sin necesidad de que coexista con otra para dotarle de semántica.
Del mismo modo, cabe esperar que se sostenga con vocablos propios, no con palabras de una lengua existente a las que se les ha
sometido a variaciones ortográficas tales como colocar acentos en otras sílabas
diferentes a las tónicas de origen, cambiar“ Z” por “ C”, “ J” por “Y” , entre
otros o mutilar determinados vocablos eliminando vocales. Estas variaciones y
alteraciones son propias de un dialecto,
rico o empobrecido, con mucho o poco bagaje cultural e histórico, pero no de
una lengua como tal como puede ser el inglés, el chino o el propio castellano,
donde cada una tiene su propia gramática, semántica y vocabulario.
Del catalán hay que decir que es una lengua pero en realidad
sólo lo es para quienes así quieren verlo. No soy una experta en tesis
lingüisticas pero entre el inglés y el catalán hay un abismo lingüistico,
mientras que entre el castellano y el catalán hay mucho cruce de caminos, o dicho de una manera más ilustrada aún, ramas de un único árbol.
Si de hablar se trata y no
en vano me he propuesto hablar claro sobre ello aún a riesgo de estar
equivocada, me he sometido a un curioso experimento con la página Web de la Generalitat de
Cataluña y su traductor automático on line.
Elegida la trascripción de castellano a catalá, escribí lo
siguiente:
“ Es facil, sencillo, simple, de poca importancia, una
sosería, algo vulgar pero tiene su encanto natural “. No me refería a nada
en concreto, simple palabrería, pero la traducción literal fue la siguiente: “
És facil, senzill, simple, de poca importància, una sosería, una mica vulgar però té el seu encant natural ”.
Otra
frase más sencilla: El arbol es grande pero está seco. Traducción literal: L'arbol
és gran però està sec.
A estas
dos frases, quitemosle la raíz del castellano y ¿ Qué les queda?.
Ni que
decir tiene que con las coletillas y los tacos castizos que habitualmente se
usan indistintamente en cualquier lugar de España, la cosa no pintó mejor con el traductor
catalán. Determinados insultos, tacos y frases hechas, no encontraron
acepción y fueron trascritos
literalmente. Otros, no obstante, consiguieron la transformación. Ejemplo
archisonado : “ coyons”, pero pocos más.
Por eso no deja de resultar un poco absurdo a mi juicio que se empeñen tanto en
excluir el castellano del ámbito público y cotidiano en Cataluña, en el País
Vasco e incluso en Galicia. Por mucha lengua propia que se diga tener, el
castellano más casto es un recurso ineludible y de difícil sustitución en
momentos de arrebato o para hacerse respetar. Y no lo es menos en aquellas
lenguas donde se demuestra una raíz y un
complemento más que considerable en su vocabulario. Así pues, el castellano y
su uso o desuso, no es una cuestión de libertades ni de igualdades a la hora de
expresarse en un determinado lugar en una lengua u otra, tampoco un obstáculo o
algo superfluo que deba excluirse para ponderar vanidades lingüisticas. Muy al
contrario de lo que en ciertos territorios se reconoce, sin el castellano y su
generosa raíz compartida, no existiría
el bilingüismo. Y eso es un hecho.
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