Las cosas que nos suceden, sobre todo las que no nos gustan, son precisamente las que más nos demuestran la ida y vuelta de determinadas lecciones que aprendimos a medias. Es, lo que bien puede decirse, el vaivén al que la vida nos somete para que, unas veces en un lado y otras en otro, veamos las cosas desde la mayor perspectiva posible y actuar de un modo coherente y positivo en las circusntancias que se nos presenten.
Nunca dejo de reconocer de mí misma que soy vulnerable ante lo que se me presenta con mala fe, de hecho me deja tan tocada que me revelo de un modo demasiado drástico en principio, pero tambien es verdad que necesito muy poco para retomar el rumbo de mis principios y modo de ver las cosas; un pequeño atisbo de espiritu de enmienda o una simple disculpa me basta, eso sí...siempre, siempre, me tomo mi tiempo de reflexión más que nada por simple ejercicio de aprendizaje.
Esta vez, me viene bien pensar en ese sabio dicho: " quien regala, bien vende si quien recibe lo entiende", precisamente porque me gano la vida en una tienda vendiendo y hace unos días me ocurrió una anecdota que, en un principio no quise contarsela a nadie porque me dejó con la amarga sensación de haber hecho el tonto más meridiano.
A mi tienda entró un hombre y una mujer de unos sesenta y tantos años, no eran pareja, la mujer acogía al hombre en su casa porque no tenía donde ir, algo que me pareció tan atípico como curioso, pero además la mujer acogía en su casa a 12 perros, entre ellos varios galgos que había recogido abandonados en las peores condiciones. Comenzó a contarme sus desvelos con esos animales, cómo les mantenía con su pensión y lo que los animales parecían agradecerlo; el hombre mientras tanto, sonreía de un modo un tanto bobalicón, pero francamente en él no centré mi atención, sino en la mujer que mientras conversabamos empezó a escoger unos collares para dos galgas y unas cuantas cosas más que, en definitiva, compró y pagó religiosamente.
Movida por el corazón y la situación que acababa de contarme la mujer, decidí regalarle un saco de pienso de 14 kg que me había caducado hacía un mes y que tenía en la trastienda sin saber muy bién qué hacer con él. Me pareció una causa buena y un buen modo de aprovechar algo que, aunque no estuviese apto para la venta sí lo estaba para consumo.
En ese momento no púdieron llevárselo porque no traían carrito de compra ni nada y decidimos que se pasarían al día siguiente para recogerlo.
Y así fue, al día siguiente, esta vez el hombre, vino a la tiendacon un carrito y con uno de los collares que habían comprando el día anterior para que se lo cambiara por uno algo más grande.
Le entregué el saco y le ayudé a meterlo en el carrito, era un tanto enquencle el buen hombre, y luego le cambié el collar por otro modelo que resultó ser un euro más barato que el que se había llevado el día anterior, detalle en el que honestamente no reparé. Fue el propio hombre quién al fijarse en el precio marcado me dijo: - es un euro más barato no?.
Yo le contesté que sí, efectivamente, era un euro de diferencia, corroborando el precio simplemente, pero el hombre lo que estaba haciendo realmente era reclamarme que le diera ese euro de diferencia.
Me quedé un poco perpleja porque cuando tú actuas de un modo generoso, no es que esperes agradecimiento, pero si esperas que contigo también sean generosos, y aunque bien es verdad que el articulo en el cambio fluctuaba 1 euro de diferencia, cuando te regalan un saco que de 14 kg para que 12 perros coman durante 15 días, hay cosas que por decoro y buena fe no se exigen.
Y así se lo hice saber al tiempo que le ponía el euro en la mano haciendo un nudo a mi orgullo y voluntad herida pues de haberme dejado llevar por el arrebato, no le hubiera dado el saco.
Con esa risa bobalicona que había vislumbrado en el rostro del hombre el día anterior, cogió su carrito y se fue tan campante, dejándome con la sensación de haber hecho el tonto más tonto del mundo mundial, me quedé con mi voluntad bastante maltrecha incluso llegué a pensar que quizá ni tenían tantos perros ni nada de nada, algo que incentivaba más mi tontuna pues si realmente me habían tomado el pelo, lo habían hecho a costa de mi sensibilidad con los animales.
Fue en ese momento cuando me sobrevino el trabalenguero refranillo de " quien regala, bien vende si quien recibe lo entiende", pues yo había hecho la peor venta regalando a quien tan mal había entendido mi voluntad.
Pero hace unas horas antes de enfrescarme en estas líneas, la mujer ha vuelto a mi tienda. Al principio no la reconocí, llevaba un gorrito de lluvia del que le asomaban unos ojillos húmedos y tiernos.
Mirándome por debajo del ala del sombrerito, me dijo: - Vengo a darte las gracias y a pedirte disculpas...
Lo primero me pareció halagador porque pensé que le había vendido algo que le había ido muy bien y eso es lo mejor que en una tienda se puede escuchar, pero lo de las disculpas me sorprendió mucho.
Pero de estas cosas que empiezas a rebuscar en tu memoria y de, repente, al volver a mirarla a los ojos, recordé de nuevo todo. - Ah...sí, le dije. Os regalé un saco de pienso, ya recuerdo.
Y cómo si intuyera mi resquemor que volvió a surgir como un ascua en la lumbre, me dijo:
- Te pido disculpas porque encima que nos diste el saco de pienso,tuvo las santas narices de reclamarte el euro de diferencia por el collar...ya me dijo que le habías dicho que no te pareció justo, y tenías toda la razón, lo siento de verdad. Es un hombre que lo acogí por pena pero es tremendamente egoísta, lo he echado de mi casa pero termina volviendo...
Sigo sin comprender bien el motivo que mueve a esta mujer a mantener en su casa a una persona de semejante categoría personal, francamente, pero por la parte que a mi me toca y que al fin y al cabo es la que debe importarme, agradecí, o mejor dicho, mi voluntad agradeció el gesto de venir a la tienda a disculparse porque lo que dejé en un departamento estanco de mi persona como una venta pésima y mal entendida, dio un giro total cambiando radicalmente el sentido de aquella acción.
La mujer se marchó porque tenía hora con el veterinario que tengo justamente al lado pero no sin antes dejar establecido que volvería para comprar lo que necesitaba para sus perros.
Que venga o no, ya lo comprobaré, y quizá siga siendo una ilusa por creer en la gente, pero de esto he aprendido que algunas veces, las cosas que hacemos, que regalamos, que bien vendemos, al principio no son bien entendidas, ha de pasar tiempo para que, de vuelta, las encontremos el resultado que esperabamos. Otras no, se quedan como quedaron, pero así es como aprendemos, repitiendo lecciones una y otra vez. Somos así de humanos, ¡ qué le vamos a hacer¡.
Pilar Martinez Fernandez