Según
cuenta una tradición navideña, llegado
el último día de fin de año, el muérdago se debe regalar y colgarlo en la casa
cerca de la puerta de entrada para que toda la familia tenga salud y buena suerte.
Del
mismo modo, dice también la tradición que la pareja que se diera un beso bajo
una rama de muérdago tendrá felicidad asegurada para toda la vida.
Al año
siguiente, el muérdago hay que quemarlo y sustituirlo por otro nuevo para que
la buena suerte continúe.
Como
tradición es curiosa e incluso, por qué
no decirlo, también con cierto halo de magia pues no en vano esta planta
era muy utilizada por los druidas celtas para hacer sus pociones contra los
malos espiritus.
Queramos creer en ello o no, lo cierto es que
siempre que comienza un nuevo año, nos proponemos cosas, queremos que todo
fluya de una manera renovada, ilusionados ante la perspectiva de un tiempo que
tenemos por delante y sobre el que proyectar buenos propósitos, nuevas
metas, en definitiva, una nueva cifra en
el calendario que nos invita a mejorar para procurarnos un sano equilibrio
interior.
Y, es
que, nos dejamos querer por las ilusiones, esa es la sensación, ya sean con ciertos toques tradicionales y
mágicos o con una esperanza íntima y silenciosa, y lo hacemos porque en cierto
modo lo necesitamos; necesitamos ilusionarnos, creer que siempre hay algo bueno
esperando.
Quizá
por eso y pensándolo con un poco de detenimiento, también es necesario
interiorizar en nuestro ser para descubrirnos. A menudo, la vida se torna tan complicada y caprichosa
que es inevitable sentir mordeduras en nuestras ilusiones. Nuestra
vulnerabilidad ante las decepciones, las frustraciones, los desengaños suele
estar tan a flor de piel que no es raro perder ilusión por el camino. ¿A quién
no le ha pasado alguna vez?...esperar algo con entusiasmo y ver que no llega o
no es lo que esperábamos. Pero, de estos
varapalos, hay que saber trascender, elevarse para no caer en la inercia
del desencanto, pensar que una vaguada en el camino es el preludio de otra
colina en la que asomarse y ver otro paisaje.
No hay
duda que nuestra actitud en la vida también determina nuestras ilusiones. El sentido de una
tradición, la magia que puede o no provocar en los acontecimientos, adquiere consideración en la medida que
nosotros nos posicionemos. Si de algo sirve detenerse durante un rato para
escucharnos a pesar de nuestro frenesí cotidiano, es para destaparnos al
entusiasmo, para encender esa chispa interior que motive la capacidad de
sorprendernos, sólo así la vida puede manifestarse con espontaneidad ante lo
que está por suceder sin que nos lleve a confundirnos con la ensoñación o lo
irreal e imposible, cosas bien distintas y que son las que aumentarían la
frustración.
En
estas fechas en las que estamos, la ilusión por el año que comienza no debe únicamente motivarse por lo que
podemos llegar a atesorar o poseer, sino
aquello que vamos a acoger en nuestro haber, que son simple y llanamente
vivencias, aprendizajes, momentos únicos con quienes queremos o con quienes
están por conocerse…
Así
pues, con muérdagos o sin muérdagos en las entradas de nuestras casas, creamos
o no en determinadas magias y tradiciones, lo que sí debemos mantener son las
ilusiones ante aquello que sin acertar a
explicar, contribuye a mantenernos expectantes, esperanzados y abiertos a cada
acontecimiento que está por vivirse.
Yo por mi parte, pondré a la entrada de mi
casa unas cuantas ramitas de muérdago con la ilusión, si Dios quiere, de
que este año siga teniendo la
oportunidad de seguir haciendo lo que hago con salud.
A
vosotros, únicamente deciros que el nuevo año os ilusione y os ofrezca mucho,
mucho por vivir…
Pilar
Martinez Fernandez.
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