domingo, 7 de febrero de 2010

La escuela de la vida


Este articulo ha sido publicado, como ya es habitual desde hace más de tres años, en la revista parroquial " Iglesia en Almodovar".
Hago esta alusión especial porque siendo como soy : " una muchachita de Valladolid", os preguntareis que hago yo escribiendo para una revista parroquial de un pueblo como Almodovar del Campo de la provincia de Ciudad Real.
Bueno, la respuesta es tan sencilla como sincera: porque es en el único lugar dónde a esta escritorcilla le dan un valioso espacio en el que poder llegar con sus palabras a la gente. He estado escribiendo para otros medios, es cierto, pero es en ese rincón de La Mancha dónde lo sigo haciendo con más ilusión cada día porque valoran mi colaboración y no acuso en ningún momento menosprecio, más bien al contrario.
Agradezco a D. Tomás, parroco de la iglesia de este pueblo, aquella primera oportunidad que me dio y las sucesivas que luego me ha dado e incluso me exige con prudente impaciencia.
Y a vosotros, amigos y lectores de este rincón modesto para mis palabras, unicamente deciros que, cuánto escribo, no es para mí, sino para vosotros. No es otra cosa que hacer aquello de la parábola de los talentos...no guardarlos para sí, sino hacer algo con ellos...
Esta vez, permitidme un consejo: leed como si fuerais niños y, si podeís, seguid siendo niños, al menos en el fondo de nuestra alma.
Publicado en Iglesia en Almodovar Nº 229 http://www.iglesia.almodovardelcampo.org/
La escuela de la vida

Como sé que en este periódico de vuestra parroquia de Almodóvar, escribís también los niños, supongo que también lo leeréis con atención, así pues hoy me voy a dirigir a vosotros además de vuestros mayores. Y lo voy a hacer en principio poniéndome a vuestro nivel, queridos niños; desde quién desea tener siempre el corazón de una niña capaz de sorprenderse ante las lecciones elementales que la vida nos ofrece.
Yo cada día voy a la escuela de la vida. Sí, así como suena: a la escuela de la vida, un imaginario colegio siempre abierto dónde aprender es el único requisito exigido. No importa la edad, ni tampoco si se sabe mucho o poco, tampoco hace falta demostrar cuánto se sabe, solamente tener ganas de aprender.
Algunos mayores creen que llega un momento que no hay nada nuevo que aprender. Creen haber aprendido cuánto necesitan y dejan de mostrar interés por todo al tiempo que se creen que lo saben todo. Es la actitud de la falsa sabiduría. Sí. Así, como suena: falsa y engañosa pues os diré que, nunca nunca se deja de aprender aunque se sepan muchas cosas.
A los niños, por el contrario, os suele ocurrir otra cosa. No os gusta de por sí la escuela y aprender algunas cosas os parece un rollo. Algunos incluso os haceis algo vaguetes y estudiáis muy poco.
Pues bien, para unos y para otros, e incluso para mí misma, os voy a contar una pequeña lección que he aprendido estos días de “ la escuela de la vida”.
Me llegó por internet, ese gran invento capaz de traernos noticias y acontecimientos de cualquier rincón del planeta hasta nuestra pantalla del ordenador. Vereis. Resulta que en una comarca de Colombia, un lugar dónde al parecer no preocupa demasiado que los niños corran ciertos riesgos peligrosos para su propia vida, ocho niños de edades entre los 4 y los 8 años, cada día tienen que deslizarse por un cable de acero colgados por la cintura de unas simples cuerdas y una polea.
Claro, os preguntaréis para qué hacen eso. Nosotros en España, pagamos por montarnos en montañas rusas, en atracciones de sensaciones espeluznantes con las pertinentes medidas de seguridad, sin embargo, estos niños colombianos tienen que recorrer 800 metros de cable en bajada a 200 metros de altura durante 30 o 40 segundos que les dura el recorrido, colgados únicamente por unas maromas atadas a sus cinturas para poder ir a la escuela que se encuentra al otro lado de ese precipicio. Y no sólo esto. A la vuelta, cuándo regresan para sus casas, deben caminar hasta otra montaña dónde hay otro cable, es decir utilizan un cable de ida y otro de vuelta.
Seguramente penséis que pasan miedo o que incluso no quieran ir al colegio, pero no. Lejos de ser para ellos un motivo para no asistir cada día al colegio, un día tras otro llegan contentos y risueños hasta el extremo de ese cable de acero después de atravesar solos una carretera porque quieren aprender.
Cuándo tuve noticias de este hecho, me pregunté que clase de políticos tienen en ese país que no protegen mejor a sus niños ni les ofrecen una educación mucho más cercana y de calidad, pero también me pregunté por qué esos ocho niños eran capaces de valorar tanto su aprendizaje hasta el punto de no experimentar ni un ápice de miedo deslizándose cada día por el cable para ir a la escuela.
Pues bien, niños, mayores y yo misma. He aquí la lección a aprender.
Yo recuerdo el momento en el que le tocó a mi hijo Daniel ir por primera vez al colegio. Por aquellos días, se estaba poniendo en práctica un nuevo sistema pedagógico de adaptación al colegio para que los niños gradualmente se acostumbraran al horario escolar. Durante un mes había que llevar a los niños tan sólo dos horas. Pasado ese mes ya se les llevaba toda la jornada escolar.
Ya por aquel entonces pensé que era una solemne tontería pero hoy lo pienso con más conocimiento de causa. Con tan absurdos sistemas pedagógicos anti choque escolar, fomentamos inconscientemente el torpe concepto de “ trauma” por ir a un lugar a aprender durante cinco o seis horas al día.
No, queridos niños, no. No os debe suponer ningún trauma acudir al colegio a aprender. Es todo un privilegio que gocéis de esa oportunidad, de que hayáis nacido en una orilla próspera en la que no preciséis ningún cable ni polea para llegar a vuestro colegio y recibir toda esa cultura que precisareis para ser hombres y mujeres en el futuro. Es un privilegio que tengáis una clase y un curso para cada edad, un profesor por cada aula, una pizarra, un ordenador en la clase, libros de texto, lápices, cuadernos, uniforme...y lo mejor de todo, un colegio cerca de vuestra casa. No vale decir que no queréis ir a la escuela porque tenéis que estudiar. Eso es una absoluta ingratitud ante tantos privilegios, pero lo peor de todo es que desaprovechando lo que os ofrece vuestro colegio, también os estáis desaprovechando a vosotros mismos.
En cuánto a nosotros, los adultos, ¿ Qué decir?. Muchos son los que creen saber más de lo que realmente saben negándose a aprender de cuánto les rodea, incluso de los niños y de los más jóvenes. Precisamente, la mayor necedad, radica en creerse más sabio de lo que realmente se es. En la escuela de la vida, siempre y hasta el final de nuestros días, somos alumnos, lo que ocurre en que a veces la escuela, como algo figurado en nuestro acontecer mientras nos hacemos más y más mayores, suele plantearnos retos y enseñanzas que no encajamos con facilidad, siendo más fácil negar y dar la espalda a lo que no entendemos que abrir nuestra mente y corazón para comprender. Negarse a aprender es negarse uno mismo a crecer y por tanto empezar a marchitarse y empobrecerse.
Asi pues, niños , adultos con espíritu de niño, sabios a medio camino de la inalcanzable sabiduría, pensad un poco en esos “ niños del cable”, valerosos alumnos de la escuela de la vida que ya saben lo importante que es aprender si se quiere caminar hacía el futuro. Es grande el riesgo que corren cada día por aprender y cabe desearles que el colegio les queda a la altura de su férrea voluntad, pero teniendo motivos para ser un trauma acudir a la escuela cada día, ellos, sin embargo, acuden contentos. Creo que llegados a este punto, si unos niños en condiciones precarias lo han aprendido, conviene que todos nos quejemos menos y que estemos dispuestos a aprender cada día un poco más de la magnifica” escuela de la vida” , ¿ no os parece?.

Pilar Martinez Fernandez.



2 comentarios:

  1. Tienes toda la razón Pili para los mayores en muchas ocasiones hay un cable colgando tambien que hace que nos asuste ir a esa "escuela de la vida" pero yo al igual que tu animo a que se dejen deslizar .No nos quedemos al otro lado.

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  2. Solo caminando, se van abriendo los caminos. Algunas veces, toca hacer algún que otro quiebro para caminar y hacer el camino, incluso precipios, corrientes y vientos racheados, pero la vida enseña en las dificultades, no en la facilidad. Siempre hay puentes que cruzar,orillas a las que llegar, oportunidades que nos esperan...Deslizarse, eso es. Hacer nosotros nuestros propios puentes para cruzar y seguir viendo nuevos horizontes, nuevas perspectivas...

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